Malignant

Durante la última década mucha gente ha defendido la idea de que estamos viviendo una era dorada del cine de horror. Esta idea, no completamente errada, es producto del hábil manejo publicitario y el cuidado a partir del que casas productoras como A24, Blumhouse, y otras más modestas, han impulsado a un cúmulo de películas que con talento e intuición estética exponen al terror no como un vehículo barato de explotación emocional, sino como un género que busca desentrañar desde la inteligencia los códigos detrás de uno de los sentimientos más primarios del ser humano: el miedo.

Constantemente se habla del art-house horror como si Robert Eggers o Ari Aster lo hubieran inventado, sin comprender que el horror siempre ha tenido a lo largo de su historia ejemplos de un gran refinamiento estético y narrativo. Ni ‘Possession’, ni ‘Kwaidan’, ni ‘Rosemary’s Baby’ se hicieron en este siglo, y escribir una lista de los padres de Eggers y Aster tomaría todo el espacio que le resta a este texto. Sin embargo, lo que sí es verdad, es que el gusto por el art-house horror contemporáneo ha erradicado (o minimizado al menos) la idea del horror como un espectáculo irrestricto.

Muchos dirán que Ari Aster es un cineasta irrestricto, y concuerdo, sus narrativas demenciales suelen ser inesperadas y jugar con algunos de los tabúes más intocables de nuestra sociedad, pero la solemnidad narrativa a partir de la que Aster y los nuevos santones del horror contemporáneo construyen sus películas, deja poco margen para el caos y el desmadre formal que exhibieron otras décadas doradas del cine de horror como los setenta o los noventa.

Es por esto que me sorprendió gozosamente ‘Malignant’, la más reciente cinta de James Wan (autor de las exitosas sagas de ‘The Conjuring’ y ‘Saw’), ya que su acercamiento al horror no se hace desde una solemnidad cargada de pretenciones intelectuales, sino desde un dispositivo completamente caótico cuyo fin primordial es la diversión en su faceta más grotesca y gore.

No quiero hablar mucho de la trama para no estropear la experiencia general del filme y su excéntrico giro argumental, pero en caso de que no hayan visto el trailer, la premisa de la película se centra en la historia de una mujer que comienza a ver en tiempo real una serie de asesinatos, perpetrados por un misterioso ente de pelo largo que por momentos parece una sombra demoniaca.

Wan combina elementos de los slashers setenteros y sus reencarnaciones modernas (si vieron ‘La daga en el corazón’ de Yann González encontrarán muchos paralelismos estéticos) junto con la atmósfera de los haunted-house films, las películas de posesiones y el horror corporal de clásicos como el ‘Imprint’ de Takashi Miike, para generar un auténtico desmadre conceptual que funciona como una máquina del tiempo capaz de trasladar al espectador a esas épocas en las que el horror buscaba generar una experiencia audiovisual irrestricta, sin preocuparse tanto por las actuaciones o los fallos de continuidad en el guión.

Nadie en su sano juicio se quejaría de las pobres actuaciones o los fallos de continuidad de la ‘Suspiria’ de Argento, porque la sobrecarga sensorial y el concepto central del filme son tan intensos y hermosos que todo lo demás resulta secundario. Es por esto que me sorprende ver comentarios (incluso de fanáticos del horror) que descartan a ‘Malignant’ por ser una película “poco creíble” o “pobremente actuada”… Bitch! Pocas películas hay menos creíbles y pobremente actuadas que ‘Gremlins 2’ y no por eso deja de ser una maravilla. Y aunque no pretendo comparar a ‘Malignant’ con ‘Suspiria’ o ‘Gremlins 2’, la intención de Wan es precisamente recuperar esa faceta cada vez más olvidada del horror como género de entretenimiento desaforado.

‘Malignant’ es una película casposa y trash de cuarenta millones de dólares, con gloriosos efectos computarizados y con aún más gloriosos efectos análogos (casi marionetescos) con los que estuve a punto de levantarme a aplaudir. El miedo de Wan al ridículo es inexistente, y en esta pieza de cine recupera precisamente esa faceta tan aguerrida del terror que rechazaba por completo el miedo al ridículo en una sala de cine. Esa faceta que inspiró a genios como William Castle a instalar un esqueleto que volaba por encima de las butacas en las proyecciones de ‘House on Haunted Hill’, o que impulsó a Peter Jackson a concebir una película ultra-gore sobre aliens que secuestran humanos para abastecer una cadena intergaláctica de fast-food.

James Wan hizo un chiste que los puristas solemnes del art-house horror se negaron a entender, y que espero en algunas décadas se aprecie como lo que creo que es: una de las más divertidas y enloquecidas películas de terror que se han hecho en años.

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