Framing Britney Spears

 

Uh, I’m not just generally happy

If I’m generally anything

I guess I’m generally miserable…

-Marilyn Monroe

 

Hagamos un ejercicio: ¿Cómo se vería la fama si tuviera un cuerpo? 

Si imaginamos sus piernas, sus brazos o su cara, dependiendo de la concepción que tengamos de la fama la colocaremos en un cuerpo femenino o masculino y le pondremos facciones agradables o desagradables, pero dentro de todas esas variantes, lo más probable es que hayamos imaginado un cuerpo con proporciones gigantescas. Un cuerpo horrendo o bello pero descomunal, frente al que las dimensiones de un ser humano ordinario se percibirían completamente insignificantes.

Lo interesante del asunto es que esa fama pantagruélica alimentada por la prensa del espectáculo, por los clics, por la idealización de los fans, y por la desmedida penetración mediática de lo pop, tiene a final de cuentas su origen en un solo individuo con el potencial de engendrar a ese monstruo gigantesco que, una vez alcanzadas ciertas dimensiones, escapa al control de su creador y termina devorándolo de forma particularmente violenta.

‘Framing Britney Spears’ es una cruel crónica de ese proceso destructivo asociado a los efectos más devastadores del estrellato. Efectos que no pueden resumirse con facilidad en uno o dos mecanismos, sino en una multiplicidad de horrores que tienen su origen en la obsesiva y enfermiza necesidad humana de poseer al ser amado. Ese es precisamente el mecanismo central que justificó la violencia a partir de la que, desde que se estrenó ‘Baby One More Time’ en 1998 hasta que vimos el cráneo rapado de Britney en el 2007, una mujer fue gozosamente destrozada para el entretenimiento de la humanidad.

El New York Times, la directora Samantha Stark y la periodista Liz Day deciden retomar el grotesco circo romano que constituyó la caída en desgracia de Britney Spears, para analizar y exponer la esclavitud financiera a la que la cantante se encuentra actualmente sometida, al haber sido coercionada por su padre para delegar en él todo el control de sus ingresos, en un procedimiento legal denominado “conservatorship”, originalmente diseñado para que los adultos mayores que no pueden valerse por sí mismos puedan delegar sus responsabilidades financieras en algún pariente cercano.

El resultado es un retrato que además de plantearnos con eficacia y minuciosidad los antecedentes del escándalo, abre la puerta a un conjunto de reflexiones sobre nuestra participación indirecta (pero en absoluto inocente) en el encumbramiento y destrucción de esas deidades modernas a las que llamamos celebridades. Un encumbramiento que suele hacerse desde la más estúpida idealización de la perfección de otro ser humano, y que una vez comprobada su falibilidad, lejos de asumir al ídolo como nuestro igual, encontramos placer al pisotearlo en un psicótico frenesí colectivo.

‘Framing Britney Spears’ es un documento importante no por lo que nos cuenta sobre Britney Spears (aunque claro, los fans de la estrella pop agradecerán toda la información que proporciona), sino por lo que nos revela acerca de nuestra grotesca concepción de la fama como el único intangible de valor en el mundo moderno, y peor aún, lo que nos revela sobre la desaforada violencia con la que amamos a nuestros ídolos.

“Hay algo de lo que todo mundo está hablando hoy en día…” le pregunta un entrevistador a la cantante en el momento más positivo de su carrera “…sí, estoy hablando de tus senos.” La sonrisa desmoronada con la que Britney Spears recibe el comentario es de pura desesperanza, una desesperanza que de igual modo se refleja en la entrevista que le hacen en la primera gran debacle de su carrera, cuando le exigen (¡LE EXIGEN!) que declare ante el público por qué llevaba en sus piernas a su hijo mientras sacaba el auto de la cochera. ¡NECESITAMOS UNA EXPLICACIÓN DE POR QUÉ NO ERES PERFECTA! Gritan los fans con la misma violencia con la que la amaron durante años; y gritan las madres que vistieron a sus hijas con la cara del ídolo que ahora se fractura frente a las cámaras; y gritan los hijos de puta que ganan millones de dólares vendiendo las notas a las que todos los días nosotros, desde casa, les damos nuestro insignificante pero invaluable clic; y grita el mundo entero porque llevamos miles de años haciendo solamente eso: GRITANDO.

Al final, las múltiples violencias mediáticas sexistas que se plasman en el documental nos generan la falsa impresión de que las cosas han cambiado. “Hoy nadie se atrevería a decir eso en la televisión”, pienso mientras veo a Jay Leno hacer un par de chistes desde el sexismo más burdo posible, pero mi consuelo no tiene sentido: cambian las formas pero nuestra voracidad por el escándalo es más fuerte y vulgar que nunca. Queremos ver la debacle de “los perfectos”. Queremos que los dioses tropiecen, y una vez en el suelo devorarlos. Eso es lo más aterrador del documental: pensar que aquellos que hoy defienden a Britney contra los abusos de su padre sólo porque vieron un documental bien trabajado con música emotiva, en su momento leyeron todos y cada uno de los artículos sobre su colapso nervioso con la misma risilla nerviosa que tienen las hienas frente al descubrimiento de un cadáver fresco. Qué horror.

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