Feral

El horror y el cine mexicano han tenido una larga tradición de puntos de encuentro. Desde las películas de Juan Bustillo Oro en la década de los treinta, hasta las delirantes filmografías setenteras de Carlos Enrique Taboada y Juan López Moctezuma (cuyos estilos convergerían décadas más tarde en las hábiles manos de Guillermo del Toro) el cine de terror ha sido una piedra angular dentro de la industria cinematográfica mexicana.

Los gringos tenían a Bela Lugosi y nosotros a Germán Robles; tenían a ‘La momia’ y nosotros a ‘La momia azteca’, y así, durante décadas, los cines se abarrotaron con programas de “permanencia voluntaria” en donde la gente compartía el placer por el grito fácil y por el humor, a veces voluntario y a veces involuntario, de un cine que descubría de manera autodidacta y con recursos ínfimos los códigos del horror.

Por desgracia, con la llegada del siglo XXI, y tras la implementación de un sistema de financiamiento gubernamental enfocado en privilegiar a cineastas con “aspiraciones artísticas”, la producción de cine de terror mexicano comenzó a disminuir hasta virtualmente desaparecer dentro de una oleada de películas de corte onanista-académico.

Perdonarán la larga introducción, pero me parece fundamental para poder comprender los resquicios desde donde surge ‘Feral’: la atípica ópera prima del cineasta mexicano Andrés Kaiser, en la que los populares recursos del found-footage y el falso documental se mezclan para engendrar un relato que recupera, como ninguna otra película en tal vez dos décadas, los códigos más malvibrosos, opresivos y perturbadores del cine de horror mexicano.

El contexto histórico del filme es fascinante. Por un lado Kaiser recuerda la historia real de un convento mexicano que entra en una profunda crisis de fe tras someter a sus sacerdotes a prácticas psicoanalíticas, y por otro lado aborda el complejísimo proceso social de los niños “ferales”: infantes que al ser abandonados consiguen sobrevivir en la naturaleza sin el menor contacto humano, y que constituyen vínculos fascinantes con las formas de conducta más arcaicas del ser humano.

Es así como a partir de esos dos polos en apariencia inconexos Kaiser construye la narrativa de un sacerdote que recluido por cuestiones de fe en la sierra oaxaqueña encuentra y educa a un niño feral. Sin embargo, el aislamiento voluntario del padre por cuestiones de fe, da pie a que el proceso de educación de ese ser humano aislado y culturalmente primitivo se haga también desde un aislamiento que termina por engendrar consecuencias funestas.

‘Feral’ es un filme atípico en cuanto a que apuesta por construir con paciencia una atmósfera ominosa que gradualmente se convierte en el personaje protagónico. Su narrativa, anclada en las cintas que el sacerdote graba para documentar el proceso de educación de su “nuevo hijo”, así como en las entrevistas de los pocos amigos y conocidos con los que el sacerdote mantenía un vínculo emocional, dan pie a un desarrollo narrativo alérgico al susto fácil, que con paciencia e inteligencia envuelve al espectador en una trama donde la implacable realidad termina por dinamitar los anhelos redentores de un humano que busca crear a otro humano a su imagen y semejanza.

El horror de ‘Feral’ no es el horror que Hollywood ha codificado desde el sorpresivo efecto de sonido y la mueca en la oscuridad, es un horror que se ancla en lo rutinario, en lo irresoluble, en una serie de secuencias grabadas en baja resolución, cuya suciedad nos permiten sentir el universo opresivo dentro del que un ser humano que ignora como ser humano intenta dar clases de humanidad. Una película que representa de forma brillante la degradación mental que deviene del aislamiento, así como los mecanismos ultraviolentos de una sociedad que prefiere los procesos de exterminación a los procesos de comprensión.

Kaiser es un digno heredero de la tradición mexicana del terror incómodo de Taboada y Moctezuma, un horror que contraviene los códigos establecidos y que encuentra su estructura en el delirio. Un horror menospreciado por la academia y la crítica, pero que Kaiser ha logrado vender cual caballo de Troya a los círculos académicos en una jugada magistral. El horror mexicano no ha muerto; vayan a ver este horror.

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