El Comediante

No es ningún secreto que tengo cierta animadversión por el cine pop mexicano contemporáneo. Juro que no nací así, lo aprendí a la mala al ver cómo año tras año suelen estrenarse una multitud de copias baratas de productos estadounidenses adaptadas desde el más flagrante copy-paste, así como una gran cantidad de películas y series pop mexicanas que emprenden una cruel guerra contra la inteligencia, adoptando como mantras a la antinaturalidad y al chiste fácil de manual.

Es por esto que cuando vi el tráiler de ‘El comediante’ creí saber de inmediato de qué trataba: la clásica comedia-romántica-cursi-inspiracional, en la que un personaje socialmente inadecuado vence sus miedos e inseguridades para conquistar a su mejor amiga, comprobándole a ella y al público durante noventa minutos que ¡La belleza está en el interior! Vamos, el refrito se antojaba pesadillesco.

El problema es que días después, en un descarado desplante de masoquismo que aún ahora me parece inexplicable, decidí darle PLAY a esa película con el único propósito de enfurecerme; con el único propósito de despotricar contra ese estilo cinematográfico Roma-Condesa que se ha conectado con éxito a los servicios de streaming, apostándole a la creación de contenidos de consumo rápido y olvidable. Sin embargo, después de unos minutos me di cuenta que mis expectativas furiosas no se estaban cumpliendo, y que la película no era en absoluto lo que el trailer me había prometido.

Sí, el protagonista es un personaje socialmente inadecuado, y sí, su mejor amiga le pide que él sea el padre de su hijo mediante una donación de semen, sin embargo esa subtrama, que se plantea en los primeros minutos del metraje, no constituye el núcleo narrativo del interesante, hilarante y deprimente retrato que el filme hace de un hombre abandonado en medio del laberinto de sus expectativas vitales insatisfechas.

Gabriel Nuncio codirige, coescribe y se interpreta a sí mismo en el papel principal del filme, en un interesante ejercicio de “self-deprecating comedy” estructurado a partir de diferentes episodios de su vida ficcionada, desde los que analiza con un interesante ojo crítico los sinsabores de un hombre que ve al paso del tiempo como una condena inevitable hacia la intrascendencia.

Incapaz de encajar en ninguno de los entornos sociales en los que se desenvuelve, Gabriel (o el personaje de Gabriel) habita de manera inconsecuente una gran cantidad de espacios dominados por la “crema y nata” de la creatividad mexicana, en un intento por sobresalir en un medio artístico que ve con desprecio, pero en el que también intuye que se oculta el secreto de la trascendencia artística con la que fantasea.

‘El comediante’ tiene dos elementos fundamentales que le permiten funcionar desde su estilo Roma-Condesa sin los problemas tradicionales del cine Roma-Condesa: en primer lugar la actuación de Gabriel Nuncio, cuya naturalidad le permite al espectador conectar de inmediato con el personaje protagónico, y escucharlo como si estuviéramos junto a un amigo en problemas que de repente nos dice “Es que no tengo un peso güey… ayer me robé un queso del OXXO”.

El segundo elemento sobresaliente del filme es precisamente el guión que coescriben Gabriel Nuncio y Alo Valenzuela. Un guión que exhibe con inteligencia los sinsentidos y azares del proceso creativo, y que se permite, con la colaboración de un par de estrellas del panorama fílmico mexicano dispuestas a mofarse de sí mismas, elaborar un retrato de ese estrato acomodado de la sociedad que tiene el privilegio de “crear arte”, pero cuya visión del mundo se encuentra cercada por su ego y por sus fantasías de buenondismo sustentable orgánico y deslactosado.

El stand-up, el guionismo, la dirección cinematográfica y hasta el doblaje (hacía un rato que no veía una escena de comedia tan finamente interpretada como la del doblaje) son algunos de los objetos de estudio de ese interesante personaje parte ficción y parte realidad, que se reconoce ansioso por encajar y que al mismo tiempo desea no encajar nunca. En fin, lo que pensé que sería un coraje terminó por ser una agradable sorpresa que me devolvió la fe en el cine pop mexicano, y que me recordó uno de los axiomas vitales más importantes que existen: nunca juzgues a un libro por su portada, y tampoco a una película por su trailer. 

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