Tras el desastroso estreno de Rabioso sol, rabioso cielo, –ese titánico esfuerzo cinematográfico construido sobre la delgada línea que separa a la genialidad de la megalomanía– Julián Hernández desapareció del panorama fílmico mexicano, refugiándose creativamente en la dirección de dos cortometrajes y en la edición del galardonado documental Quebranto: ópera prima de su productor y amigo, Roberto Fiesco.
Fue durante esos cinco años de ausencia que Hernández pulió y filmó el guión de Yo soy la felicidad de este mundo, obra que sacrificaba el consistente ritmo de tres años por largometraje que el director mexicano había mantenido en sus producciones previas, y que tenía la difícil tarea de abrir una nueva vereda en su filmografía tras la conclusión de lo que muchos, en ese afán tan propio de nuestros tiempos por catalogarlo todo, consideraron que era su trilogía inicial.
El resultado es una película que parte del refinamiento de algunos de los conceptos, tanto argumentales como estéticos, planteados en los dos primeros largometrajes de Hernández: Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, y El cielo dividido; para posteriormente elaborar una historia completamente original, que centra su objeto de estudio en los conflictos psíquicos asociados al acto creativo y la inevitable soledad que conllevan.
En un esfuerzo argumental que se adivina hasta cierto punto autobiográfico, Hernández relata la historia de Emiliano, director de cine que durante la filmación de un documental de danza queda prendado de un ágil bailarín que busca trabajo a pesar de estar visiblemente lesionado. La pasión no se hace esperar y Emiliano, a pesar de intuir que aquel romance no tiene futuro, emprende una tórrida aventura con el joven e inocente Octavio, quien encandilado por la figura de autoridad del director, rinde el corazón y se enamora perdidamente.
Tragedia amorosa que exhibe de forma brillante esa imposibilidad de amar disfrazada de eterna búsqueda del amor, Yo soy la felicidad de este mundo es una cinta valiente y aguerrida que se erige como la pieza más personal de la filmografía de Hernández, quien a pesar de aterrizar en un cine de corte aparentemente más comercial que su última incursión fílmica, en ningún momento sacrifica su vena experimental, y juega de forma sobresaliente con diferentes recursos narrativos que mezclan sin previo aviso la realidad de los personajes con su percepción emocional.
Filtrada por la mente del protagonista, la realidad se transforma en las esperanzas y miedos de ese director brillante pero emocionalmente frustrado, que día tras día se enfrasca en una eterna búsqueda de inspiración, recurriendo una y otra vez al encuentro de la belleza que se oculta en la intensidad del encuentro y el desencuentro amoroso. Es así como las percepciones de realidad y fantasía se mezclan en un amasijo visual indivisible, que llega a su cúspide en un repentino uso del metarrelato, mediante el que Hernández introduce, de forma por demás arriesgada, un filme secundario dentro del filme principal, el cual sin lugar a dudas constituye uno de los momentos estéticos más memorables dentro de la carrera del director mexicano.
A pesar de iniciar con una secuencia hasta cierto punto desafortunada en cuanto a nivel de actuación, Yo soy la felicidad de este mundo cuenta con el que tal vez sea el elenco más talentoso que haya trabajado con Hernández, evitándose prácticamente a lo largo de todo el metraje, con excepción de algunos pasajes de voz en off, ese sentimiento de falsedad dramática que por momentos se hacía presente en las anteriores cintas del director mexicano, y que constituía invariablemente el principal punto a criticar de su filmografía.
Es gracias a las estupendas actuaciones de Hugo Catalán, Alan Ramírez, Emilio von Sternerfels y el sobresaliente Gabino Rodríguez –quien a pesar de no emitir prácticamente ninguna palabra consigue hipnotizar al espectador con su extraordinaria expresividad física– que Yo soy la felicidad de este mundo se muestra como un triunfo emocional, desafortunadamente destinado a caer en las garras del escándalo debido a sus explícitas escenas de sexo homosexual y heterosexual, que seguramente causarán fuertes estragos en la psique conservadora del espectador mexicano promedio.
Como ya es costumbre en las películas de Hernández, la brillante musicalización de Arturo Villela se combina con una estupenda selección musical curada por el propio Julián, quien en esta ocasión le otorga a la canción Dos, de José José, el papel de entrañable hilo conductor narrativo.
Menos preciosista en su composición de escenas que la extraordinaria Rabioso sol, rabioso cielo, Yo soy la felicidad de este mundo es un filme que consolida la carrera de Hernández, no sólo como un ícono del cine gay mexicano (etiqueta bastante burda por cierto), sino como uno de los cineastas más propositivos y valientes que pueden encontrarse en la a veces tan gastada y monotemática industria fílmica nacional.