Serbuan maut (The Raid: Redemption) (2011)

La historia de Gareth Evans es, por decir lo menos, atípica. Educado en su natal Gales y graduado con una especialidad en guionismo, el joven cineasta fue contratado para fungir como director de un documental sobre el Pencak Silat, arte marcial indonesio inventado por una mujer que, de acuerdo a la leyenda, se defiende de un grupo de hombres que intentan violarla imitando los movimientos de la lucha entre un tigre y un ave que había presenciado instantes atrás.

Es a través de la preparación de dicho documental que Evans se enamora de la filosofía y la técnica detrás del Pencak Silat y decide mudarse a Indonesia, donde por azares del destino conoce a Iko Uwais, un carismático repartidor que había sido entrenado en el arte del Pencak Silat desde su infancia, y al que le ofrece ser el protagonista de la hiperviolenta Merantau, cinta que colocaría a Evans en el mapa del cine de acción y lo convertiría en un ícono de culto en la industria fílmica de Indonesia.

Tras nada despreciable resultado de Merantau, Evans canalizó sus esfuerzos creativos en esbozar un ambicioso proyecto de acción sobre una prisión gobernada por bandas de pandilleros. Sin embargo, con el paso del tiempo, el proyecto, que llevaba por nombre Berandal, comenzó a presentarse como una empresa completamente incontrolable, de forma que Evans decidió abandonarlo y contruir una historia sencilla que pudiera filmarse con muy poco presupuesto, pero que fuera lo más espectacular posible. El resultado fue The Raid (titulada The Raid: Redemption en Estados Unidos por cuestiones de derechos de autor), que rápidamente se erigió como la película indonesia de acción más exitosa de la historia.

The Raid rescata la tradición de los filmes de supervivencia pura y dura a través de una sencillísima trama que muestra las vicisitudes de un equipo de fuerzas policiales especiales que, tras intentar tomar por asalto un gigantesco edificio habitacional repleto de narcotraficantes, asesinos y demás escoria, queda atrapado en uno de los pisos intermedios, debiendo encontrar la salida de ese infierno homicida que busca hacerlos pedazos, y que, como buena película de acción, está comandado por una malvada mente maestra ubicada en la parte más alta del edificio.

Poco más puede decirse acerca del guion de esta cinta, que sacrifica cualquier atisbo de desarrollo argumental en favor de hora y media de orgiástica acción maquetada a la usanza del cine de los setenta, en un afán por utilizar la menor cantidad posible de efectos especiales computarizados, privilegiar el combate cuerpo a cuerpo y generar tensión a través de la abrumadora sensación de aniquilamiento a la que se ven sometidos los protagonistas del filme, a los que Evans no les da un sólo segundo de tregua.

Reciclando a una gran parte del elenco que le funcionó tan bien en Merantau, Evans consigue crear personajes con características interesantes, que desafortunadamente se ven insertos en una trama inexistente que impide generar el mínimo atisbo de empatía a su favor. Sin embargo, la lúgubre atmósfera propiciada por la fotografía de Matt Flannery, en combinación con la vertiginosa edición de Evans, dan como resultado una experiencia fílmica disfrutable y emocionante.

El rápido ascenso de The Raid como filme de culto, y la manera en la que reventó la taquilla indonesia, es una muestra innegable de las virtudes que encierra esa mezcla de cine de acción vintage que echa mano de las técnicas y ritmos de edición modernos, sin embargo, todo ese amor de Evans por el Pencak Silat debió haberse aprovechado a través de una trama multidimensional, en vez del predecible y risible desarrollo presentado en pantalla. Festín para los ojos y vomitivo cerebral, The Raid probablemente sea un interesante preámbulo para la recién estrenada segunda parte, en la que finalmente Evans consigue llevar a la pantalla grande el ambicioso e inmanejable guión que previamente había puesto en pausa: Berandal. Esperemos que así sea.

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