True Detective (Season 1) (2014)

En cuestión de criminología lo hemos visto prácticamente todo. Bibliotecas enteras podrían llenarse con los guiones de series como Criminal Minds, CSI, Dexter, Mind Hunter, Hannibal, la inagotable Law & Order, y muchos otros productos de entretenimiento pop que buscan divertir al público con historias variopintas de todo tipo de criminales. Y digo “divertir” porque, aunque parezca grotesco, pocas cosas divierten más al espectador promedio del siglo XXI que el misterio de un asesinato sin resolver. Lo hemos visto todo, desde pedófilos, caníbales, sádicos, y sicarios, hasta un desfile interminable de asesinos seriales que en ocasiones nos maravillan por su intelecto, pero que casi siempre se nutren de los clichés más típicos del género.

Esa sobredosis de historias criminales –que no es precisamente reciente y que extiende sus ramificaciones hasta el virtuosismo narrativo de Sir Arthur Conan Doyle y su Sherlock Holmes– ha convertido al género detectivesco en uno de los más sobreexplotados del entretenimiento pop. Es entonces que podemos plantear la pregunta: ¿cómo debe construirse una serie que busque renovar los cánones del género detectivesco, cuando buena parte del público ya lo ha visto prácticamente todo? La respuesta parece sencilla pero no lo es: contando con inteligencia lo que ya se conoce.

Es importante entender que la inteligencia narrativa no es algo que pueda conseguirse meramente con desearlo como si de una fórmula se tratase. La inteligencia es un misterio al que pocos tienen acceso, y precisamente en ello radica la dificultad de levantar productos tan extraordinarios como la primera temporada de True Detective: donde, por si fuera poco, la depurada inteligencia narrativa del guionista Nic Pizzolatto se potencia gracias a las habilidades directoriales de Cary Joji Fukunaga, y a las alucinantes actuaciones de dos de los mejores actores de su generación: Matthew McConaughey y Woody Harrelson.

En esencia nada nuevo se cuenta en la primera temporada de True Detective: dos detectives de homicidios en Louisiana intentan resolver el misterio de una mujer asesinada y teatralmente colocada, cual pieza de performance, en la base de un árbol, completamente desnuda y coronada con dos cuernos de alce. ¿Cuántas series televisivas no han planteado ya premisas similares? Sin embargo, cuando la serie termina por responder todas y cada una de sus preguntas, nos damos cuenta que el virtuosismo de la serie radica en la construcción de sus personajes protagónicos. Sí, a todos nos interesa saber si hay un culto satánico, o un asesino serial, o un simple loco sin propósito detrás de los grotescos eventos que se nos plantean, pero lo que nos hace querer ver más y más de la serie no es la materialización de ese monstruo al final del túnel, sino el destino de la amistad de dos hombres perfilados a partir de uno de los guiones televisivos más bellamente escritos que yo haya visto en años.

Tal vez lo que más me maravilla de True Detective es su revaloración del gusto por la palabra. Pocos placeres más elevados me ha dado la televisión contemporánea que el escuchar todos y cada uno de los diálogos entre Marty (el detective mundano, típicamente gringo, valeroso pero con corazón de pollo, al que da vida Woody Harrelson) y Rust (el detective alcohólico, drogadicto, misántropo y filósofo existencialista interpretado por un inspiradísimo Matthew McConaughey). Y es a partir de esas dos interpretaciones que se hace patente el hecho incontestable de que True Detective es una serie construida a partir de la palabra, y por ende a partir de la inteligencia. Al grado de que incluso el monstruo al final del camino se muestra como un animal que, a pesar de su brevedad en pantalla, nos deja como recuerdo indeleble su teatral uso del lenguaje.

Y es así como, narrando con inteligencia lo que ya se conoce, la dupla de Fukunaga y Pizzolatto construye un formidable thriller de ocho horas de duración, que por su formato episódico se cataloga como serie, pero que bien podría considerarse una película al poner en práctica mecanismos que tienen más que ver con el mundo del cine que con el mundo de las series televisivas contemporáneas: como por ejemplo su interés por construir una atmósfera más que por darle información puntual al espectador en cada capítulo, su estructura cerrada que no deja nada pendiente en el último capítulo, y el hecho de que, a diferencia del común denominador de las series televisivas contemporáneas, todos y cada uno de sus capítulos están dirigidos y guionizados por Fukunaga y Pizzolatto, lo que permite generar un sentido de unidad tanto narrativa como estética que resulta atípico en el panorama televisivo actual.

Serie, miniserie, o película elongada, lo único cierto es que la primera temporada de True Detective es un logro audiovisual formidable, y un recordatorio de que, en un mundo en el que todo ha sido ya contado alguna vez, lo importante no es la historia en sí misma, sino cómo se cuenta.

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