Finalmente decidí ver Toy Story 3. El retraso fue motivado precisamente porque no soy un gran fanático de la saga de los juguetes a la que Pixar debe su estrellato, sin embargo la grandísima calidad de las dos últimas cintas de la productora fue lo que terminó por animarme a ver el largometraje que tanta sensación ha causado en los últimos meses.
Una vez más es Lee Unkrich, quien ya había trabajado en Nemo y en la segunda parte de Toy Story, el encargado de dirigir esta nueva aventura en la que los personajes de siempre se enfrentarán al crecimiento de Andy, su dueño de toda la vida que poco a poco ha olvidado a sus viejos amigos.
La fórmula de la cinta es completamente infalible, ya que mientras con Wall-E y Up Pixar se arriesgaba con una historia original, en Toy Story 3 recurre nuevamente a la probada mina de oro que son ese cúmulo de personajes que el público ya adoptó como memorables. Por si fuera poco se introduce el aspecto siempre emotivo del crecimiento y la pérdida de la inocencia, enfocando la narrativa no a los públicos infantiles, sino a aquellos que vieron las dos películas anteriores y que ahora, como el protagonista, son jóvenes universitarios.
Además de darnos una probada del apabullante genio mercantilista de Pixar, la película por fortuna resulta mucho más divertida que sus predecesoras y aunque se vale de un sinfín de clichés y situaciones predecibles, los maneja con mucha inteligencia para manipular al espectador en ese mundo de fantasía, que durante la proyección se mezclará con sus propios recuerdos infantiles.
No es de sorprender la euforia que ha causado esta tercera parte, a la que por unanimidad los críticos han alabado y que con sus más de mil millones de dólares recaudados, ha convertido a Pixar en la única productora de la historia que ha alcanzado esta cifra de recaudación con dos películas en un mismo año.
En esta ocasión los avances técnicos no son tan de ruptura como en las pasadas ocasiones, en parte porque la producción constante de Pixar no da tiempo a ver un salto impactante respecto de la película anterior, sin embargo las voces de Hanks, Allen y compañía siguen siendo tan buenas como siempre, así como los cómicos diálogos y el diseño de los nuevos personajes que complementan la historia, entre los que destacan un tétrico bebé, un estupendo payaso depresivo y un teatral erizo.
Cuando terminé de ver la película me encontré satisfecho y divertido, pero al regresar a ella en mi memoria me di cuenta de lo manipulables que somos y cómo el simple planteamiento de una historia que juegue hábilmente con nuestros recuerdos nos causará un placer incomprensible e inevitable. Que quede claro que no cualquiera tiene la habilidad para hacer esto, por lo que aplaudo la capacidad de Pixar para maravillarnos con una película sencilla, completamente predecible y carente de pretensiones. Ahora sólo nos queda esperar el siguiente movimiento de los nuevos reyes de la industria del entretenimiento infantil.