The Lobster (2015)

The creatures outside looked from pig to man, and from man to pig, and from pig to man again; but already it was impossible to say which was which.

–George Orwell

El cineasta griego Giorgos Lanthimos es un hombre fascinado por el misterio. Sus filmes están construidos enteramente sobre esqueletos que basan su efectividad en lo indescifrable, en lo atípico y en el asombro natural del espectador ante lo diferente. Irónicamente, la conclusión que suele extraerse una vez finalizada la revisión de cada una de las creaciones de Lanthimos, es la innegable –y muchas veces aterradora similitud que existe entre los comportamientos supuestamente antinaturales de sus personajes y las rutinas que diariamente repetimos hasta el hartazgo.

Expuesto a la notoriedad mediática tras su brillante estudio del aislamiento en pos de la pureza moral en Kynodontas, y consolidado como director brillante con su cruento análisis de los procesos de duelo en Alpeis, el director griego forjó durante los últimos seis años la bienmerecida fama de ser uno de los cineastas más prometedores de su generación. A pesar de ello, pocos podrían haber previsto una obra del calibre de The Lobster: la alegoría definitiva, desbordante y ¿perfecta? de Lanthimos sobre el amor.

Resulta complicado y casi irresponsable desglosar cualquier tipo de detalle acerca de la trama de The Lobster, ya que una de sus mayores virtudes es la forma en la que desenvuelve de forma gradual las múltiples aristas de su narrativa: partiendo desde una construcción de personajes y circunstancias aparentemente incoherentes y ancladas en un surrealismo alegórico incomprensible, para posteriormente hilar cada una de las piezas de ese acertijo emocional en una historia profundamente sólida que, a pesar de su extraordinaria complejidad, se empeña en no dejar cabos sueltos y en transmitir con el virtuosismo de aquellos genios que consiguen traducir lo ininteligible a partir de lo simple– los entresijos que engendran el inabarcable concepto del amor humano.

Brillante como nunca, Colin Farrell regala la interpretación de su vida en el papel de David, hombre solitario que acude a un hotel especializado en tratamientos poco ortodoxos para combatir la soltería. donde se embarcará en enfermizas dinámicas sociópatas con los también impecables John C. Reilly, Léa Seydoux, y la escalofriante actriz fetiche de Lanthimos, Angeliki Papoulia.
La disección que Lanthimos hace de los mecanismos involucrados en las relaciones amorosas es conceptualmente espectacular y psíquicamente demoledora. La faceta del amor como obsesión sacrificada a veces profundamente egoísta; otras heroicamente entregada; pero siempre sacrificada– es el eje rector del universo donde se yergue ese hotel/fortaleza que cataliza las pasiones, las potencia, y ulteriormente las destruye. Es en esas paredes donde Lanthimos decide almacenar las obsesiones amatorias del hombre moderno –socialmente impuestas en su mayoría que devienen en el obsesivo deseo por encontrar pareja y en el perenne miedo a la soledad.

Violentas cacerías humanas; transmutaciones de hombres en bestias –¿no somos tan solo bestias un poco más orgullosas que el resto?–; rampante misantropía; amor y odio desmedidos, son algunos de los leitmotivs que retrata la virtuosa cámara de Thimios Bakatakis, fotógrafo con el que Lanthimos trabajó en Kynodontas, y con el que ahora se reencuentra en brillante comunión artística.

Poema en brutal prosa, The Lobster es el mayor logro cinematográfico de Lanthimos y una de las alegorías más hermosas y enigmáticas  jamás filmadas sobre esa desintegración emocional: patética, violenta y epifánica, a la que de cariño llamamos simplemente amor.

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