Hace poco más de un siglo todo era extremadamente claro. Los hombres, dueños de las mujeres, las desposaban en función del ancho de sus caderas y del tamaño de sus senos, con el único propósito de engendrar más hombres o, si la suerte no los favorecía, alguna que otra niña destinada a repetir ad infinitum el sencillo ciclo vital para el que eran meticulosamente programadas. Sin embargo, dicho sistema colapsó cuando las mujeres conocieron el significado de la libertad de elección, con la que poco a poco conquistaron el derecho a votar en las democracias, el acceso a la educación superior y la posibilidad de un trabajo fuera de la cocina. Este cambio devino en que la otrora decisión unilateral del matrimonio por parte del hombre, ahora se veía enfrentada a un consenso basado no sólo en las necesidades de uno de los integrantes de la pareja, sino en las de dos nutridos egos con aspiraciones profesionales e intelectuales.
Esta dolorosa búsqueda de la individualidad del ser humano, así como su común contraposición a la vida convencional en pareja, son los temas centrales en The Five-Year Engagement, cinta dirigida por Nicholas Stoller, quien en poco menos de una década se ha convertido en una especie de Rey Midas de la comedia contemporánea, y que en esta ocasión vuelve a hacer mancuerna con Jason Segel, actor que protagonizó su primer gran éxito, Forgetting Sarah Marshall, y que ahora, además de estelarizar la cinta, comparte crédito junto con Segel en la elaboración del guión.
El meollo de la trama se perfila con la propuesta de matrimonio que el personaje de Segel, un exitoso chef de San Francisco, le hace a la poco carismática Emily Blunt, quien da vida a una psicóloga cuyo sueño es ser financiada por alguna prestigiosa universidad, para de esa forma hacer el doctorado y convertirse en investigadora profesional. La boda, que inicialmente es aceptada por el personaje de Blunt, se ve trastocada cuando ésta recibe la noticia de que una universidad en el estado de Michigan la ha aceptado entre sus filas, hecho que obliga a la feliz pareja a posponer durante dos años la boda y a mudarse al gélido lugar al norte de los Estados Unidos.
Al leer el título de la cinta resulta evidente que no serán sólo dos años lo que se retrase la boda, sino que ésta se irá posponiendo por un sinfín de causas, mientras la relación de los personajes principales será puesta a prueba por una gran cantidad de conflictos relacionados con el miedo al compromiso y con la insatisfacción que ocurre, de forma frecuente, cuando un miembro de la pareja sacrifica sus aspiraciones por lo que considera es el bien familiar común.
No demasiado inspirado, y menos jocoso de lo que se podía anticipar, resulta el análisis que Stoller hace de la pareja del nuevo siglo y de los contratiempos existenciales de un mundo occidental que, inmerso en un egocentrismo desaforado, ha engendrado a un grupo humano excesivamente especializado en ciertos campos intelectuales, pero completamente ignorante y apático frente a la realidad global que lo rodea.
Por fortuna, la personalidad afable de Segel y alguna que otra escena que recuerda el genio hilarante de Stoller en Get Him to the Greek, salvan en cierta medida a un filme que, al menos, tiene la capacidad de generar un interesante debate frente a la taza de café más cercana.