The Dead Don’t Die (2019)

El mundo es un lugar despiadado y cruel, pero pocas cosas me descorazonan más que ver a uno de mis directores favoritos hacer una mala película. El caso de Jim Jarmusch resulta además particularmente triste al recordar la formidable racha de sus últimos años como director, en la que compuso al hilo tres piezas extraordinarias de cine: The Limits of Control, Only Lovers Left Alive y Paterson. Bien dice el adagio que nada dura para siempre, pero resulta incomprensible que después de todo lo que le hemos visto al cineasta neoyorquino presente ahora una cinta tan ramplona y torpe como The Dead Don’t Die.

Al inicio todo pintaba como una fantasía gozosa para los fanáticos del cine de horror: una película de zombis dirigida por Jarmusch (que había probado su habilidad para hacer cine de género en la extraordinaria Only Lovers Left Alive), y protagonizada por un elenco de ensueño que exhibía nombres del calibre de Adam Driver, Bill Murray, Tilda Swinton, Chloë Sevigny, etc. Sin embargo el resultado es tan inesperado como lamentable. Hacer una película de zombis que revitalice el género puede no ser fácil, pero carajo, que el director de Ghost Dog no pueda hacer una película de zombis medianamente entretenida, teniendo además a Bill Murray como protagonista, me parece inconcebible.

Desastroso hasta la incredulidad, el guión del filme centra su narrativa en una premisa interesante: los zombis de Jarmusch son seres que inicialmente gravitan hacia sus fetiches más arraigados, deviniendo en hordas de monstruos obsesionados con los objetos materiales que en vida les daban identidad (celulares, gadgets electrónicos, alcohol, café, etc.), en un claro homenaje al zombi que George A. Romero diseñó como vehículo de crítica al capitalismo, y abriendo con esto un mundo humorístico de posibilidades infinitas. Por desgracia el tratamiento que Jarmusch hace de su premisa resulta lamentable, ya que no solo se olvida de ella por completo hacia el clímax del filme, sino que además los destellos humorísticos que compone en torno a ella resultan sosos y de un aleccionamiento moral que sorprende en un personaje tan brillante como Jarmusch (véase el horrendo personaje ermitaño-espectador-aleccionador interpretado por el mismísimo Tom Waits, o la desperdiciada Tilda Swinton en su encarnación de samurai antisocial, cuyo plot twist argumental bien merece la devolución del costo del boleto).

Al final el apocalipsis zombi de Jarmusch funciona como un compilado de elementos con potencial narrativo (la premisa de los zombis consumistas, la pareja de policías completamente insensibilizados frente a su entorno (Adam Driver y Bill Murray), la idea del leitmotiv musical country compuesto por Sturgill Simpson, la parodia del gringo ultraderechista encarnado por Steve Buscemi, e incluso la Swinton samurai) que se ejecutan de la peor forma posible, comprobando una vez más la norma de que una buena idea mal ejecutada invariablemente engendra una mala película, mientras que una mala idea bien ejecutada puede convertirse incluso en una obra memorable. Jarmusch, lo siento, pero ahora sí me rompiste el corazón.

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