El hombre es un ser con un potencial creativo enorme, que a lo largo de miles de años de organización social ha conseguido invadir, conquistar y dominar el mundo que lo rodea, adaptándose a la ira de la naturaleza que ha tratado de limitarlo, sin éxito, con enfermedades y fenómenos naturales catastróficos. Ese esparcimiento de la raza humana sobre la faz de la tierra se debe en mayor medida a su raciocinio, a su capacidad para prever situaciones de peligro y planear, dominando sus instintos de inmediatez, la solución a los problemas que se le presentan. Sin embargo, a pesar de milenios de evolución intelectual, el núcleo biológico del hombre continúa siendo, en su nivel más básico, el de un depredador.
Vestido completamente de blanco y entre risotadas, Anwar Congo relata, con lujo de detalle y profundo orgullo, la forma en la que asesinó a más de mil personas con sus propias manos. La cruel metodología detallada en el primer encuentro de Oppenheimer con Congo, es apenas un breve preámbulo del infierno al que será sometido el espectador a través de las dos horas y media de metraje, cuyo núcleo narrativo se centra en la petición que se le hace a un conjunto de asesinos, amigos de Congo, para que escenifiquen, como si de una película de ficción se tratara, cada uno de los escenarios genocidas en los que participaron.
Conforme el conjunto de anécdotas comienzan a sucederse, entre torpes puestas en escena de los poco talentosos actores amateurs, el grupo de matones, ahora considerados héroes nacionales, comienzan a darse cuenta de que la cinta de Oppenheimer no es un documento fílmico diseñado para honrar las matanzas realizadas, sino todo lo contrario. Es a partir de ahí que la trama se densifica aún más, impregnándose con una espesa neblina emocional, donde los asesinos hacen actos de contrición falsos para tratar de validarse como hombres justos ante las cámaras, en un performance grotesco que termina por destruir psíquicamente al espectador.
The Act of Killing, a pesar de los hermosos destellos estéticos que captura la cámara de Oppenheimer, es una experiencia incómoda. Su excesiva duración, aunada a una narrativa muchas veces reiterativa (situación que probablemente se corrija en la versión editada de dos horas), se convierte en un purgatorio terrible para el espectador. Sin embargo, la horripilante ventana que el documental abre al caos psicótico de la guerra y a las capacidades, no sólo destructivas, sino neutralizadoras de moral, del ser humano, no se había abierto tan de par en par desde Apocalypse Now.
Oppenheimer ha creado un documento fílmico extremadamente potente y doloroso. Una cinta a la que por salud mental no volveré a acercarme, pero que agradezco haber visto al menos una vez en la vida. De todo eso y más somos capaces, humanos.