Alrededor del siglo XII DC, en Japón, surgió una corriente pictórica desarrollada por los monjes budistas, de nombre kamishibai, cuyo objetivo era transmitir al pueblo japonés llano e iletrado, una serie de leyendas que reflejaran algún tipo de enseñanza moral. Dicha escuela pictórica, que utilizaba secuencias de pinturas para contar una historia determinada, resurgió con fuerza en los años treinta durante el inicio del período histórico japonés conocido como la era Shōwa (1926-1989).
Uno de los relatos más célebres durante el resurgimiento del kamishibai, fue el de Shōjo tsubaki (la chica de las camelias), que contaba la historia de una pequeña niña vendedora de camelias, e hija de una familia paupérrima, que era secuestrada por un perverso hombre y obligada a trabajar en un espectáculo itinerante, bajo un régimen de tremenda crueldad.
El relato, de autoría anónima a pesar de su popularidad, precisamente por ser una combinación de múltiples historias de tradición oral, es llevado al manga moderno por Suehiro Maruo, un talentoso dibujante que saltó a la fama gracias a su adaptación de esta obra kamishibai, y su conversión al popular género ero guro, el cual combina imágenes de alto contenido erótico con situaciones explícitamente grotescas.
El manga de Suehiro Maruo, profusamente venerado en Japón, fue publicado en el mercado occidental bajo el nombre de Mr. Arashi’s Amazing Freak Show, convirtiéndose inmediatamente en una obra de culto, hasta que ocho años después de su publicación, en 1992, un hombre llamado Hiroshi Harada, obsesionado con el manga de Maruo, presentó un cortometraje animado de 56 minutos en el que, con sus propias manos, e invirtiendo todo el dinero que tenía, dio vida a la dramática historia de Midori, la niña de las camelias.
Midori es el interesante resultado de una desaforada obsesión artística, en la que Hiroshi Harada volcó cinco años de su vida y todos sus ahorros, básicamente porque nadie quería financiar un filme tan violento, tan sexual y tan dramático, hasta llegar al megalómano, y ahora legendario, resultado final.
Cinco mil dibujos, entre paisajes fijos y personajes con animaciones pedestres, fueron lo que necesitó Hiroshi Harada para alcanzar su cometido y plasmar, desde una visión completamente libre de censura, la brutal historia de la pequeña Midori, niña que sufre una serie de cruentas vejaciones al ser incorporada forzosamente a un circo ambulante, hasta encontrar en la figura de un mago, que contra toda costumbre japonesa practica magia occidental, a su protector y salvador.
Una gran cantidad de lecturas interesantes pueden hacerse de la experiencia fílmica de Midori, tales como el replanteamiento del gusto artístico por lo grotesco, o la potente lucha entre la cultura tradicional japonesa y las manifestaciones culturales occidentales, siempre cargadas de un falso halo de modernidad, sin embargo, si se obvia la larga e interesante historia detrás de esta cinta, el producto final no es mas que un relato profundamente maniqueo, cargado de enseñanzas morales extremadamente básicas y que, sin quitarle mérito al hecho de que fue enteramente realizado por un sólo hombre, se plasma en pantalla a través de una animación de muy baja calidad.
A pesar de su fallida producción, y de estar muy lejos de los estándares de ultraviolencia y expresividad presentes en el ero guro contemporáneo, Midori es una experiencia visual interesante, que hasta la fecha sigue considerándose objeto de culto y que, cuando menos, tiene una buena historia detrás de su concepción.