Pig

Pocos conceptos más ambiguos que el “talento”: ese dios que el show-business venera pero cuya definición resulta tan incierta que todos creemos tenerlo. En el caso del cine el talento puede ser muchas cosas: lo que nutre las taquillas, lo que cosecha premios, lo que recibe cinco estrellitas en el blog de tu amigo mamador, o simplemente lo que cada quien, desde su muy particular punto de vista, admira de un director, actor, etc.

A pesar de esa clara ambigüedad del término, creo que todos (o bueno, casi todos, porque siempre hay algún necio dispuesto a negar lo evidente) podemos estar de acuerdo en la noción de que Nicolas Cage es un actor hermanado con la palabra talento. Nos guste o no su forma de conducirse en pantalla, resulta evidente que desde los años ochenta con ‘Moonstruck’, Cage ha redefinido los límites de su oficio (usualmente desde las antípodas de la sutileza) y se ha convertido en uno de los referentes más irrestrictos e impredecibles dentro del mundo de la actuación.

Es por esto que no pude evitar emocionarme frente a la noticia de que Nicolas Cage interpretaría a un hombre mayor, que decide tomar venganza cuando una serie de maleantes le roban a su cerdo mascota. La sinopsis sonaba lo suficientemente descabellada como para convertirse en un glorioso filme dentro de la cada vez más extrema filmografía de Cage (recordemos que apenas este año interpretó a un convicto con una bomba adherida a su pene en ‘Prisoners of the Ghostland’, de Sion Sono).

Sin embargo lo que encontré en pantalla fue una historia completamente distinta a lo que podría haber anticipado. ‘Pig’, la ópera prima del director estadounidense Michael Sarnoski, es un producto que hábilmente se vende en su avance como la típica historia entretenida de venganza, que utiliza esa clásica ecuación “a la John Wick” que bien podría ser una gran biografía de Tinder: “hombre maduro, solitario y rudo busca venganza tras perder a su mascota”. Sin embargo lo interesante del filme es que en realidad su estructura y atmósfera distan mucho de lo que podría anticiparse con esa premisa. 

Por un lado sí, Nicolas Cage es un chef retirado que se dedica a la recolección de trufas en una cabaña aislada en la zona boscosa de Oregon, y tras renunciar a una carrera exitosa como uno de los chefs más conocidos de la región, se convierte en un ermitaño malencarado cuyo modus vivendi depende del olfato de un cerdo especializado en trufas que es al mismo tiempo su único amigo. Y pues sí, al inicio de la película unos maleantes ruines se llevan al cerdo y dejan a Nicolas Cage herido en el piso de su cabaña, y también como era de esperarse, nada contento con esto, el personaje de Cage se va a la ciudad para intentar encontrar al culpable del secuestro de su amigo porcino.

Pero conforme avanza la película nos damos cuenta que Sarnoski no está intentando hacer una cinta de acción, sino más bien construir a un personaje que, aunque explota algunos de los elementos más fundamentales de la locura antisocial de Cage, funciona como un perfecto catalizador de tensión precisamente porque todo el público espera que actúe como Nicolas Cage actuaría en una situación así. 

Es de esa forma que ‘Pig’ se convierte en un maravilloso revenge-film, en donde la venganza ocurre de la manera más inesperada posible, y donde Cage se convierte en una gloriosa olla de presión repleta de ira y frustración, que lleva la tensión del filme a niveles insospechados precisamente porque pasan los minutos y Sarnoski se rehúsa a hacerla estallar desde la predecible violencia física.

‘Pig’ hace un homenaje brillantísimo a la trayectoria de uno de los actores más demenciales que nos ha dado Hollywood, al construir a un personaje que funciona precisamente porque es Cage quien lo interpreta; que funciona porque todos hemos experimentado el talento furioso que se alberga en el cuerpo de ese actor que hemos visto aullar una y otra vez frente a la pantalla, y que en esta cinta contemplamos con el rostro sangrante y sucio en un restaurante de lujo, como quien ve entrar a un toro en una cristalería.

Lo vemos ansiosos de ver los cristales romperse, y ansiosos de escuchar los alaridos que Cage ha profesado con gozo durante gran parte de su filmografía, pero Sarnoski es mucho más listo que eso, y a pesar de que el filme bordea en un par de ocasiones la cursilería, sale avante por su brillante planteamiento general, y porque Cage entiende su rol a la perfección, porque Cage sabe perfectamente quién es y la importancia de su carrera en la cultura pop estadounidense, ejecutando a la perfección un personaje radicalmente distinto al común denominador de sus roles clásicos, y mostrándonos una vez más lo que ya sabíamos: que sin importar lo que sea el talento, Nicolas Cage lo tiene. 

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