Hace apenas una semana denosté a la nueva película de Guillermo del Toro por ser un ejercicio estético vacío y sin contenido narrativo, cuyo único fin era impactar al público mediante un cúmulo de secuencias de acción unidas por situaciones sumamente endebles. Ahora, siete días después, estoy aquí para tratar de defender el hecho de que Only God Forgives, el más reciente esfuerzo fílmico de Nicolas Winding Refn (Drive), es estupendo precisamente por ser un ejercicio estético vacío, compuesto de secuencias que se unen a través de hilos narrativos sumamente endebles. La incongruencia de esta línea de pensamiento es evidente, pero los misterios del disfrute artístico muchas veces también lo son.
El hermano mayor, interpretado por Tom Burke, un obseso sexual profundamente violento, es asesinado en una noche de locura a manos del padre de una joven prostituta a la que mata sin el menor remordimiento en el cuarto de un motel de Bangkok. Es entonces cuando la madre de los dos hermanos, maravillosamente interpretada por una irreconocible Kristin Scott Thomas, vuela a Tailandia para recoger el cadáver de su vástago, y para comandar, a través de su hijo menor, una venganza contra toda la cadena de posibles involucrados en la muerte de su primogénito.
Del mismo modo que en Drive, Winding Refn utiliza (en el sentido más literal de la palabra) a Ryan Gosling como el principal elemento fetiche de la cinta, con la diferencia de que el enamoramiento de Refn por las facciones de Gosling ahora se inscribe en una narrativa maravillosamente onírica, que se sucede dentro de una eterna neblina nocturna de luces de neón, cuya función es aturdir al espectador y trasladarlo a ese estado de desorientación propio del sueño o la pesadilla.
En Only God Forgives, Refn le declara la guerra a la luz del sol, haciendo acrobacias magistrales para filmar casi toda la película en locaciones cerradas con mínima iluminación, mientras cuenta una sencillísima historia a través de viñetas a las que poco les importa mantener una coherencia estructural, pero que sin embargo son, en sí mismas, secuencias de enorme belleza, con el principal valor de atreverse a jugar en el borde de la línea entre lo poético y lo ridículo.
Más allá del elenco que, con excepción de Kristin Scott Thomas, se convierte en un elemento más de la atmósfera visual de la cinta, Refn se alía con dos viejos conocidos que tienen en gran parte la culpa de que el filme triunfe en su cometido: Larry Smith, encargado de la dirección de fotografía, hace un trabajo absolutamente brillante, construyendo una visión de Tailandia directamente extraída de un potente fármaco psicotrópico, y Cliff Martínez, con su maravillosa banda sonora, consigue potenciar la atmósfera creada por Smith a la enésima potencia, agregando un trofeo más a la estantería del que ya es uno de los músicos más reconocidos de la industria cinematográfica contemporánea.
Siento, sin poder afirmarlo con conocimiento de causa, que Refn, gracias al reconocimiento crítico obtenido con Drive, libera por completo sus aspiraciones en Only God Forgives y, por primera vez, hace de principio a fin el tipo de cinta que le gustaría ver, sin pensar en momento alguno en el espectador y representando, a lo largo de hora y media de metraje, pequeñas secuencias autocontenidas, diseñadas para transmitir un sentimiento específico al espectador, y unidas por una historia endeble que se deja de lado con gusto, como el que acepta sin cuestionar esos ridículos caminos narrativos por los que lo lleva un sueño, con tal de poder respirar bajo el agua o, en el caso de Only God Forgives, simplemente volar.