Nuestro tiempo (2018)

Vínculo perecedero con el éxtasis vital supremo, el deseo funciona en más de una ocasión como mapa de nuestra psique y de nuestra identidad. No somos lo que deseamos, pero en el centro de ese cúmulo de manifiestos posesivos que componen la caótica mecánica de nuestros anhelos, podemos atisbar nuestra esencia; podemos ver nuestro verdadero rostro.

Es precisamente en torno a esa cartografía del deseo –a veces inabarcable, a veces incomprensible– que gira la narrativa de Nuestro tiempo: la más reciente cinta del director mexicano Carlos Reygadas, que en coherencia con buena parte de su obra continúa persiguiendo la deconstrucción ideológica de un México clasemediero que, alejado de los tremendismos maniqueos de aquellos que satanizan al mestizaje cultural, vive inmerso en un entramado ideológico de raíces mexicanas, estadounidenses y europeas, que coexisten en una gozosa y caótica multiculturalidad.

Dentro de ese ecosistema ideológico enmarcado en el campo de Tlaxcala –cuya rica mezcla de tenue verdor y lodoza aridez evoca esa identidad mexicana arraigada en los cuadros de José María Velasco– Reygadas inscribe a sus tres polos de deseo: Juan, poeta laureado y ganadero de toros bravos; Esther, esposa de Juan y administradora del rancho; y Phil, un avezado entrenador de caballos que fungirá como elemento disruptor de la pareja.

La glorificación bucólica que Reygadas plantea en los primeros minutos del filme a través de una de las secuencias naturalistas más inspiradas de su filmografía, se desmorona con el surgimiento del conflicto entre las dos deidades que rigen el paraíso campestre. Juan y Esther, interpretados por el propio Reygadas y su esposa, la novel actriz Natalia López, encontrarán en la relación extramarital de Esther la pequeña fisura que detonará la imposición de límites en la completa libertad sexual que fungía como prerrogativa de su matrimonio, reduciendo en el proceso a escombros la delicada estructura de su relación.

Devastador encuentro entre intelecto y realidad, Nuestro Tiempo juega con el patetismo de esa ilusión de dominio intelectual que pretendemos ejercer sobre nuestra sexualidad, desmoronando las avanzadas nociones de libertad sexual y emocional de un hombre, que se descubrirá incapaz de superar el ocultamiento que su mujer decide hacer de uno de sus encuentros fortuitos.

Con un ritmo narrativo privilegiado que permite a las tres horas de metraje escapar a cualquier atisbo de tedio, Reygadas filma la que tal vez sea su película más ágil, remitiéndose a través de un conjunto de caóticos devenires emocionales que oscilan entre la ternura más entrañable y la violencia emocional más vil, a un retrato matrimonial cuya abrumadora complejidad abreva con inteligencia de la inclasificable Scenes from a Marriage, de Ingmar Bergman.

Tal vez su película menos ambiciosa en cuanto a composición visual a pesar de tener momentos verdaderamente hipnóticos –véase la secuencia inaugural, la del aterrizaje, la del caballo destripado, o la del concierto de percusiones en el Palacio de Bellas Artes– Reygadas intenta que en Nuestro tiempo la cámara quede casi totalmente supeditada a la eficiencia narrativa de la historia, generando pocos distractores visuales, y avocándose a la creación de secuencias que sobresalen por su crudeza visual, y que sacrifican parte de su clásica poética contemplativa en favor de la construcción de una atmósfera de tensión emocional por momentos casi insoportable.

Propensa a un juego simbólico quizás demasiado evidente que se vale de la dualidad hombre/bestia, y a pesar de algunos diálogos que descolocan al espectador por su falta de naturalidad, Nuestro tiempo consigue salir avante gracias a su brillante propuesta narrativa, al correcto manejo de un elenco amateur que en pocas ocasiones pierde el piso, y al impredecible ritmo emocional de esa pareja que navega desgarrada al viento, cual vela bajo la tormenta, asida con uñas y dientes al mástil de lo que alguna vez les pareció perfecto y eterno.

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