Los amantes del Círculo Polar (1998)

Amor y muerte, no hay más. La vida se construye alrededor de la teoría freudiana del eros y el thanatos, mostrándose incapaz de escapar a la búsqueda del amor, motivo de todas las alegrías y desgracias del hombre, y a la constante pelea con la muerte, súbito final del cuerpo que, independientemente de las consideraciones religiosas, no deja de ser el temor más abyecto dentro de la psique del ser humano. Ambos elementos representan saltos a lo desconocido, misterios cuya resolución radica en la experimentación personal de dichos estados, con la única diferencia de que el amor se busca de forma patológica y obsesiva, mientras que la muerte se rehuye de forma patológica y obsesiva, compartiendo ambos el hecho de que por lo regular surgen de manera casi siempre irónica y fortuita.

Los amantes del Círculo Polar, filme dirigido por el polémico donostiarra Julio Medem, es puro amor, pura muerte y pura poesía. Un relato fragmentado que se construye a partir de las vivencias de un hombre y una mujer, aparentemente predestinados a entrecruzar una y otra vez sus vidas, que se vuelven presas de un destino ineludible, tejedor perverso de los caminos de ambos personajes, el cual los junta con la misma facilidad con la que los separa.

Nacidos en familias distintas, pero unidos por un balón, un avión de papel y por el amor que surge entre sus divorciados padres, Otto y Ana viven un apasionado y tierno romance incestuoso a espaldas de sus progenitores, el cual evoluciona en pantalla desde la infancia hasta la edad adulta de ambos personajes, flotando con una delicadeza exquisita sobre los vaivenes, desgracias, alegrías y descomunales coincidencias que, ignoradas por los protagonistas, dibujan un mapa sentimental que conecta intensamente con el espectador, al jugar con su sentido de la nostalgia y con la siempre anhelada posibilidad del predestinamiento hacia el amor supremo.

Es el guión escrito por Medem el indiscutible pilar central al que se supeditan todos los elementos del filme. Argumento que además de construir una compleja fantasía con una gran cantidad de giros que pocas veces abandonan la coherencia narrativa, utiliza una estructura de diálogos completamente poética que sin embargo, de forma inexplicable, consigue mantenerse creíble a lo largo de todo el metraje, demostrando la titánica capacidad de Medem para transmitir sensaciones brutales con un par de frases fulminantes.

A pesar de todo lo anterior, la película sufre en su vertiente actoral, contando en primer plano con Fele Martínez y Najwa Nimri, que en muchas ocasiones se ven rebasados por la puesta en escena y por los estupendos diálogos de Medem, situación que se agudiza en las interpretaciones secundarias y que por desgracia en más de una ocasión consigue sacar al espectador de la ensoñación del filme.

Con una estupenda banda sonora compuesta por el ahora célebre Alberto Iglesias y una fotografía muy correcta, cortesía de Gonzalo Berridi, Medem firma la que probablemente sea su cinta más redonda, moderando su carácter contestatario y polémico, para construir una película que juega con decenas de temas tabú expuestos con una ternura inusitada, asumiendo la sexualidad incestuosa, los complejos edípicos y el duelo postmortem como manifestaciones primordiales de la mente humana y mostrándolas por tanto con la más delicada naturalidad.

El clímax de Los amantes del Círculo Polar no es su secuencia final, que tal vez sea el momento más flojo de la cinta, sino todos y cada uno de los reencuentros causales y casuales que sufren los personajes, tanto con el otro como consigo mismos, reencuentros en los que se recuerdan bajo la luz de la añoranza y que los obligan a querer revivir de alguna forma aquello que alguna vez los definió como individuos. Esa es precisamente la esencia del filme y la esencia de la vida: un constante reencuentro; la eterna nostalgia.

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