El ficticio escenario actual de paz que se percibe en los países occidentales maquilla un hecho incontestable: la cultura se construye sobre las ruinas del pasado, mas no sobre esas ruinas que se desmoronan un buen día después de milenios por la acción del tiempo, sino sobre esas que son derruidas por la espada, por el fuego y por la violencia que se desprende del deseo de poder; esas ruinas que nos susurran que la cultura es el producto más refinado del poder imperante, y que para poder establecerse con fuerza, ese poder, antes de crear, debe primero destruir.
Pirámides cimentadas sobre pirámides son lo que sostiene a las catedrales de los conquistadores. El mundo es así. Corrijo: nosotros somos así. La paradoja radica en que la violencia que suprime es también catalizadora de la creación y eventualmente de la belleza. Los bárbaros, a final de cuentas, son el punto cero de la historia.
Un bárbaro y su bidón de gasolina entran a una iglesia noruega construida en el siglo XII. La intrincada estructura de madera dedicada al culto religioso es una obra de arte en sí misma, sin embargo, para el bárbaro, esas toneladas de madera representan el exterminio de la mitología escandinava a manos del cristianismo. El bárbaro que minutos después contempla la gigantesca hoguera es Varg Vikernes: un metalero admirador del nazismo que pasará a la historia del black metal por formar parte de la demencial mitología de una de las bandas más extremas que ha dado el género: Mayhem.
Dirigida por Jonas Åkerlund, quien fue miembro fundacional de Bathory (la banda que en buena medida originó el black metal) para después convertirse en director de videoclips –véanse los legendarios Ray of Light, de Madonna, o Smack My Bitch Up, de The Prodigy– Lords of Chaos es un largometraje brillante sobre una de las bandas más atormentadas de la historia (de momento no se me ocurre otra banda con una historia más enferma), que se narra de la única forma en la que una serie de eventos tan profundamente abyectos y violentos podrían ser tomados en serio: en forma de comedia.
Suena inverosímil, pero la única forma en que la historia de un grupo de adolescentes que deciden ser los padres del black metal noruego, y cuyos intentos para forjarse una mitología de rudeza legendaria los llevan a cometer actos atroces como incendios en iglesias milenarias, violentísimos asesinatos, suicidios y demás, sólo podía ser narrada en clave de comedia. Y es precisamente esa decisión lo que convierte a Lords of Chaos en un evento fílmico extraordinario, que a través de esa inesperada combinación de risas y horror reflexiona con inusitada sapiencia sobre la mente de los bárbaros que forjan la historia, y sobre la psique de un grupo de jóvenes imbéciles que en su afán por ver quién es el más malote del grupo son capaces de llevar una cruel mascarada hasta sus últimas consecuencias.
Notables resultan las actuaciones de Rory Culkin como Euronymous, el líder de la banda que se ve rebasado por el ímpetu de su grey, y Emory Cohen como Varg, el fanático bonachón que termina comprando su propia mitología y convirtiéndose genuinamente en la encarnación del mismísimo demonio. Dos actuaciones que se ven potenciadas por la experta ejecución directorial de Jonas Åkerlund, quien funge como responsable del perfecto balance terrorificómico del filme, y de la concepción de una de las secuencias slasher más impactantes que he visto en años.
Estudio sobre la fragilidad y viralidad de las ideologías humanas, Lords of Chaos es la mejor comedia del 2018. Una entrañable y grotesca oda a la estupidez de la juventud, y un bellísimo monumento a la pasión de los bárbaros.