Les garçons sauvages (2017)

El cine, en su carácter de arte multidisciplinario, ha funcionado durante décadas como un laboratorio en el que literatura, fotografía, música, arquitectura y danza convergen en un complejo proceso narrativo. Sin embargo, esa experimentación alimentada por el deseo innovador de Méliès, de Keaton, de Welles, y de muchos otros “magos” de la historia del cine, comienza a ser un baluarte cada vez más escaso. Los formatos digitales y el descomunal poder computarizado de los efectos especiales, curiosamente han contribuido al estancamiento de la experimentación audiovisual, generándose la paradoja de que esa posibilidad antes impensable de poder crear “lo que sea” en pantalla ha devenido en una homogeneización de la imagen, y en una reducción de esa inventiva que surgía precisamente de los problemas asociados a la incapacidad de crear ciertas secuencias de factura imposible.

Es por lo anterior que resulta esperanzador contemplar el trabajo de un cineasta como Bertrand Mandico, cuyo cine, regido en buena medida por las limitantes autoimpuestas del Manifiesto de la incoherencia, que concibió junto a su colega, la cineasta Katrín Ólafsdóttir, deja de lado lo digital para retornar a esa experimentación en celuloide que directores como Yann Gonzalez y Guy Maddin han visto también como un catalizador de la imaginación y la inteligencia.

Rara avis, Mandico ha pasado toda su carrera filmando cortometrajes y mediometrajes gracias al apoyo que el gobierno francés otorga para la creación de esos formatos. Formatos que por desgracia no tienen cabida en las salas de cine comercial, pero que Mandico utiliza como vehículo para explorar de forma exuberante y espectacular el poder del cuerpo como ente social, político y biológico. Es por lo anterior que la enigmática Les garçons sauvages, su primer largometraje, resulta una progresión lógica en su filmografía, y la culminación de un complejo proceso de reflexión que valiéndose de técnicas audiovisuales arcaicas y de una multiplicidad de referencias literarias clásicas, crea una obra completamente nueva, cuyo núcleo central se ancla figurada y literalmente en la más flagrante modernidad.

Un grupo de jóvenes ricos y problemáticos asesinan a su maestra de literatura durante el ensayo de una escena de Macbeth. Juzgados y liberados debido a la falta de evidencia en su contra, sus padres, desesperados y convencidos de su culpabilidad, los entregan en manos de un misterioso capitán naval que promete convertirlos en hombres de bien. A la mañana siguiente se hacen a la mar. Creo firmemente que no existe un solo espectador capaz de anticipar lo que sucederá después.

Como si Naranja mecánica, La isla del tesoro, Robinson Crusoe y Saló hubieran sido filtradas por el ojo de F.W. Murnau y el exoticismo del cine Pinku eiga, Les garçons sauvages es una cinta profundamente propositiva y atrevida, mas no por su atípica sensualidad desbordante, sino por su nula condescendencia ante un espectador que sin previo aviso se ve sometido a una estimulación sensorial multirreferencial, cuya erudición y arrojo en ningún momento buscan alienar el intelecto del que mira, sino invitarlo a formar parte de un mundo audaz, desconocido, y de un radicalismo brillante que contrapuesto a las nociones simplonas de las buenas conciencias del siglo XXI, plantea una humanidad cuya pulsión de violencia no sólo es irreductible, sino completamente independiente del género de quien la ejerce.

Los náufragos de Mandico entregan actuaciones inolvidables, cargadas de un dramatismo exacerbado que poco tiene que ver con la realidad, pero que funciona como pieza clave del performance en que por momentos se transforma la película. Elementos que se potencian con la estupenda banda sonora de Pierre Desprats, y con la atmósfera visual del filme, plagada de escenografías propias de una alucinación sexual, y de efectos visuales de la era Méliês, en los que la doble exposición de varias escenas durante el proceso de filmación (primero se graba una secuencia y luego otra encima de la primera para dar la ilusión de superposición de la imagen) nos revelan a un director arriesgado que está dispuesto a apostarlo todo a una sola toma.

Ganadora del honor de encabezar la lista de las mejores películas del 2018 según la célebre revista de crítica francesa Cahiers du Cinéma, Les garçons sauvages es uno de los espectáculos más irrestrictos y memorables de los últimos años, y su director uno de esos artistas cuyo trabajo resulta esperanzador en esta era de reproducciones y calcas intelectuales. Uno de esos escasos cineastas que justifican las políticas de ayuda gubernamental, valiéndose de esos apoyos culturales para crear piezas que de otra forma serían, por desgracia, infilmables.

Brindemos por Mandico y cantemos junto a sus muchachos salvajes: Fifteen men on a dead man’s chest // Yo ho ho and a bottle of rum // Drink and the devil had done for the rest // Yo ho ho and a bottle of rum…

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