A pesar de que los procesos globalizadores del capitalismo permean ya todos y cada uno de los aspectos de la vida moderna, la distribución y el consumo de productos culturales alrededor del mundo funcionan como una especie de penoso monopolio controlado por las principales potencias económicas. Ejemplo extremo de lo anterior es el cine. No hace falta mas que acudir a cualquier complejo cinematográfico y contar el número de filmes no estadounidenses en cartelera, para percibir la completa falta de visibilidad de casi cualquier postura fílmica que no se construya en torno a la inversión masiva de capital estadounidense.
De la descomunal cantidad de cintas que se producen alrededor del mundo año con año, sólo recibimos en salas cinematográficas una minúscula probadita escogida por las grandes corporaciones estadounidenses, y en menor medida por los festivales internacionales de cine. Sin embargo, ese sistema que muchas veces oculta a directores de gran valía y encumbra a otros francamente detestables, en ocasiones se ve fracturado por cintas que, fuera del mainstream hollywoodense, consiguen abrirse camino gracias a un impredecible impacto en la cultura pop.
Tal es el caso de Your Name, el nuevo filme del director japonés Makoto Shinkai, quien tras haberse forjado una sólida carrera en Japón con películas de animación como The Place Promised in Our Early Days, y Five Centimeters Per Second, finalmente logró romper la barrera internacional con una atípica historia de amor entre dos jóvenes que establecen una poderosa conexión espacio-temporal a través de sus sueños. La cinta se convirtió en el segundo filme más visto de la historia de Japón después de Spirited Away, y la novela homónima, también escrita por Shinkai, vendió 1,029,000 copias en apenas tres meses.
Detrás de ese desaforado fenómeno pop se encuentra una película profundamente efectiva, que a pesar de sus inevitables secuencias cursis, y de ese manejo musical tan propio del anime que puede descolocar a algunos espectadores occidentales, presenta un desarrollo narrativo atípicamente complejo para una historia de amor, que Makoto cierra con gran habilidad, anudando cada uno de los cabos sueltos de esa historia fundada en la unión amorosa de dos personajes que no sólo se encuentran separados por la distancia geográfica sino también por el plano temporal.
Poco más se debe decir de la trama de un filme que es mejor ver desde el desconocimiento total. Sin embargo resulta digna de mención, además de su virtuosismo técnico, la habilidad con la que Makoto hila los códigos clásicos de las mal llamadas chick-flicks con un trasfondo metafísico que bien podría pasar por el esqueleto de un gran cuento de Ray Bradbury. El resultado, que inicialmente se percibe como un peculiar amasijo conceptual, deviene en una estupenda pieza de entretenimiento capaz de conectar con un amplísimo rango de espectadores, que va desde el quinceañero cursi hasta el fanático de la ciencia ficción más recalcitrante.
En este momento Shinkai Makoto debe estar nadando en una piscina repleta de yenes. Me alegro.