Alien: Covenant (2017)

I didn’t steal Alien from anybody.

I stole it from everybody.
-Dan O’Bannon
¿Qué se requiere para producir un fenómeno cultural pop? o en pocas palabras, para concebir una obra cuya principal característica sea la de conquistar audiencias décadas (o siglos) después de haber sido creada. En cierto sentido, y forzando un poco el concepto, las pinturas de Rembrandt podrían ser consideradas como fortísimos fenómenos pop, cuya potencia visual sigue maravillando a hombres nacidos cuatro siglos después. Pero ¿qué ha generado el hombre moderno que tenga el potencial pop de Rembrandt? El juicio, que en este momento resulta imposible y que ejercerán los hombres del año 2400, nos deja con la gran limitante de imaginar con nula objetividad lo que creemos que ha trascendido a lo largo de los siglos XX y XXI.
Hablando de cine podemos pensar en Kubrick, Kurosawa, Wilder, Fellini, Bergman, y en un puñado de directores que creemos sobrevivirán impolutos hasta el fin de los tiempos (aunque en 1000 años a lo mejor no se recuerda a ninguno), y en algunas sagas cinematográficas cuyo impacto cultural ha superado a sus creadores para tomar vida propia. Y claro, nos guste o no, la saga Alien es una de ellas.
Ese depurado compendio de ideas prestadas, reutilizadas y adaptadas que Dan O’Bannon transformó en uno de los monstruos más fascinantes y grotescos que ha parido el cine, se ha convertido con el paso del tiempo en una saga cuyo núcleo principal está formado por seis largometrajes, pero que ha permeado a través de ramificaciones referenciales a una cantidad descomunal de filmes, libros y productos de ciencia ficción en general.
La noticia de que Ridley Scott sería el encargado de revivir la saga después de la fallida incursión directorial de Jean-Pierre Jeunet en Alien: Resurrection emocionó a más de uno (me incluyo), bajo la premisa de que la mente que coordinó aquella brillante cinta de 1979 era la única que podía colocarnos de nuevo en el epicentro de ese emocionante y grotesco terror espacial. Luego llegó Prometheus y dudamos. Ahora llega Covenant y lloramos.

La premisa/promesa de Alien: Covenant parecía sugerir que, una vez explicada en Prometheus toda la nueva mitología del universo Alien, con sus ingenieros, sus protoaliens y sus paupérrimos intentos de conceptualizar el origen de la vida a través de un misticismo francamente rancio, en Covenant finalmente podríamos disfrutar un thriller sin tantas “ambiciones”, con un trasfondo narrativo que en el trailer se antojaba como una especie de remake de la primera cinta de la saga. Volví a alegrarme, imaginando que Scott al menos podría hacer una buena copia de lo que hizo más de tres décadas atrás. Volví a equivocarme.

Covenant, que al igual que Prometheus lleva el nombre de la nave que conduce a sus tripulantes al matadero, repite la misma estructura narrativa de dicha precuela:
1. Nave cargada de incautos busca planeta para establecer una colonia.
2. Incautos llegan a planeta capaz de sustentar vida.
3. Aparecen bichos malos.
4. Forzados detalles pseudofilosóficos rellenan el vacío argumental.
5. Incautos mueren.
6. Fin.

Esos seis pasos serían suficientes para crear una cinta medianamente entretenida y efectiva, sin embargo Scott engendra un grotesco amasijo sci-fi que continúa la obsesión de la película anterior por la historia evolutiva de los aliens, presentando una nueva camada de protoaliens cuya belleza formal queda opacada por el lamentable manejo que Scott y su equipo hacen de ese gore virtual que salta a la vista por su falsedad.

No contento con lo anterior, Covenant nos receta un penoso hilo conductor enfocado en el personaje robótico de Michael Fassbender, y en los dilemas que encuentra al enfrentarse a una versión de sí mismo que tiene la habilidad no sólo de seguir órdenes sino también de improvisar y crear. Es precisamente esa torpe conceptualización del androide creador, que Asimov exploró en incontables ocasiones con resultados fantásticos, el último clavo en el ataúd de esta película cuya única función es sustituir la decepción de Prometheus por la risa y el enojo.

El impacto pop de la saga Alien sigue siendo innegable, pero al diseccionarlo encontramos que está cimentado en dos películas sobresalientes, una mediocre y tres francamente olvidables. Lo que comenzó como una serie de revolucionarios filmes de terror se ha convertido ya en un insoportable cúmulo de refritos incestuosos, que engendran aberraciones cada vez más penosas. Tal vez lo más triste del asunto es que Scott, el padre del Alien original, es ahora el encargado de enterrarlo. El ciclo de la vida. Ni modo.

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