The wall was now nearly upon a level with my breast. I again paused, and holding the flambeaux over the mason-work, threw a few feeble rays upon the figure within.
El muro que Poe erige en su célebre relato El barril de amontillado, para regalarle una horripilante muerte a ese personaje irónicamente bautizado como Fortunato, cuya única debilidad era su sibarita inclinación por los licores, es un muro que decodifica la posibilidad de generar horror a través del dominio de la paciencia narrativa asociada a la inevitabilidad. Un muro que intensifica la impotencia del lector colocado en los zapatos de Fortunato, al plantearle el terror de verse víctima de una emboscada que en cualquier otra circunstancia sería fácilmente evitable pero que, al ensamblar Poe las piezas del relato, se cierra sobre él no sólo como la trampa más mortífera, sino con una aberrante lentitud e inevitabilidad.
En Gravity, la más reciente incursión cinematográfica del que tal vez sea el director mexicano que mejor ha penetrado, en el más amplio sentido de la palabra, a la estructura del cine comercial hollywoodense, se elabora un relato, que más bien es un instante deconstruido casi en tiempo real, que gira en torno a la eterna lucha del hombre contra la inevitabilidad de aquello que unos llaman destino y otros simplemente muerte.
El argumento del filme, resultado de una colaboración entre Alfonso Cuarón y su hijo, Jonás, plantea la terrorífica experiencia de un grupo de astronautas que quedan varados en el espacio después de chocar contra un cúmulo de basura espacial, falleciendo toda la tripulación con excepción de uno de los pilotos más experimentados (George Clooney) y una científica (Sandra Bullock), que quedan flotando a la deriva entre un mar de escombros.
A pesar de lo que puede deducirse del avance del filme, Cuarón no arma este ¿thriller?, ¿cinta de horror?, con la vertiginosidad que se palpa en el espectacular plano secuencia inicial de más de quince minutos, donde se desata la mencionada catástrofe, sino a través del terror claustrofóbico que genera ese peligro que se avecina con lentitud casi burlona, retando a los dos protagonistas a escapar de algo que se antoja imposible, y burlándose de un público al borde del grito desesperado, que percibe las hileras de ladrillos que Cuarón arma frente a él, quedando, con cada minuto de metraje, atrapado en una indefensión que resulta completamente abrumadora.
La historia de la cinta, que es básicamente la representación de un breve instante, se atiene siempre a lo esencial, a lo minimalista. No existen momentos de profundos razonamientos filosóficos ante la posibilidad del peligro, el espacio o la muerte, prefiriendo Cuarón, en lo que personalmente considero un gran acierto, aquellos diálogos instintivos y hasta cierto punto cursis, que cualquier persona tendría en un momento así, a menos, claro, que fuera Friedrich Nietzsche. A pesar de lo anterior, la película mantiene una fuerte carga simbólica a través de la forma en la que se componen algunas de las principales secuencias, cuya semiótica hace referencia a temas como el renacimiento, la presencia de Dios, y la salvaje lucha por la preservación de la vida.
En su aspecto técnico, Gravity es una bellísima pieza de relojería que tardó cuatro años en desarrollarse bajo la cuidadosa mano vigilante de Cuarón, pero principalmente gracias a la pericia de Emmanuel Lubezki, responsable de haber inventado una compleja técnica de filmación, cuyo proceso consistió en crear toda la animación digital, sin actores, para posteriormente introducir a Bullock y Clooney en un enorme círculo de leds que, mediante emisiones de luz, proyectaba sobre sus cuerpos el ambiente previamente animado, para de esa forma conseguir que cada reflejo en el cuerpo de los actores se correspondiera con el entorno que los rodeaba en el ambiente de animación 3D de la cinta.
El titánico esfuerzo de filmación no habría arrojado un resultado favorable sin la pericia de los dos actores protagonistas, que tuvieron que memorizar perfectamente un sinnúmero de coreografías debido a que, con la película filmada previamente, no había el más mínimo espacio para la improvisación o el error.
Por si todo lo anterior no es suficiente, los efectos de sonido y el manejo de la banda sonora compuesta por Steven Price (Attack the Block), son algo digno de analizarse a fondo en una cinta que finalmente respeta el hecho de que en el espacio no puede transmitirse el sonido, eliminando por tanto de su repertorio sonoro a las brutales explosiones, para sustituirlas por un soberbio manejo de la respiración, el eco de todo aquello que interactúa directamente con el traje espacial de los personajes, y la música que, de manera discreta, potencia en extremo algunas de las más hermosas secuencias del filme.
El resultado, cuya atmósfera es deudora de los relatos más asfixiantes de Poe, es una experiencia visceral sobrecogedora, cargada en todo momento de la poesía visual a la que nos tiene acostumbrados la maravillosa cámara de Lubezki, rebosante de la desmedida ambición compositiva que Cuarón ha ido puliendo con éxito a lo largo de su carrera y afortunada en el destape interpretativo de la casi siempre sosa Sandra Bullock, que en esta ocasión se da el lujo de callar unas cuantas bocas, incluyendo la mía.
En el espacio había una escalera con cinco peldaños: Le voyage dans la lune, 2001: A Space Oddyssey, Solaris, Star Wars y Alien. Ahora ya hay un sexto.