Las expectativas atacan de nuevo, y dada la casi impecable carrera del director norteamericano David Fincher, no es de extrañar que Gone Girl, su más reciente esfuerzo fílmico, despierte pasiones casi fratricidas entre el muchas veces horrendo gremio de los críticos de cine.
“Obra maestra” o “Fincher lo ha vuelto a hacer”, claman algunos admiradores del estilo académico y rígido del director norteamericano, en el que la cámara en mano es casi un tabú, las tomas se planean con obsesividad milimétrica, y el ensayo incansable de éstas hasta alcanzar la deseada “perfección” es la norma por excelencia.
“Película misógina y repugnante”, arguyen otros con furor, mientras destrozan entre sendas parrafadas la historia de ese hombre desempleado y perdedor profesional, interpretado por Ben Affleck, que en la mañana de su aniversario descubre la desaparición de su esposa, y que poco a poco, tras ese traumático evento, comienza a desenrollar la madeja de perversas motivaciones ocultas detrás de lo que bien podría ser el rapto o el asesinato de su mujer, interpretada de forma brillante por Rosamund Pike, quien sin duda alguna se convierte en la gran joya oculta dentro de la medianía del filme, que consigue incluso disfrazar algunos errores de reparto flagrantes, como la utilización de Neil Patrick Harris en el papel del exnovio de la protagonista, y que lleva sobre sus hombros la supuesta representación misógina del filme, ridiculez en la que han caído muchos críticos incapaces de separar los conceptos de representación y condonación de un hecho.
Como suele suceder, los apasionamientos ideológicos generados por el furor de una obra tan anticipada como ésta suelen caer en la exageración más vulgar, disfrazando entre declaraciones que buscan clicks y polémica entre los lectores, el hecho de que Gone Girl no es ni remotamente un pésimo filme, así como tampoco es, de nuevo, ni remotamente una película memorable dentro de la filmografía de David Fincher.
Basada en la novela homónima de la escritora norteamericana Gillian Flynn, Gone Girl evidencia el gusto de Fincher por tratar de elevar la figura hasta cierto punto denostada del best-seller literario, mediante su conversión a virtuosa pieza cinematográfica, esfuerzo del que son claro ejemplo obras cruciales en su carrera, como Zodiac, The Fight Club y The Girl With the Dragon Tattoo. El problema radica en que, por más experiencia y dominio que tenga un director de su medio, y vaya que Fincher lo tiene, el material literario con el que se inicia el proceso creativo se convierte en un condicionante que es difícil pasar por alto, y en este caso, por desgracia, dicho material, salvo en su estupenda crítica al periodismo sensacionalista y a la cada vez más generalizada figura del linchamiento mediático, es francamente mediocre.
Thriller que por momentos es sátira y por momentos comedia negra, Gone Girl se desarrolla a lo largo de dos horas y media mediante una trama a la que el espectador, en todo momento, le saca cuando menos media hora de ventaja. Con mucha anticipación se intuyen los giros que efectivamente Fincher confirma minutos después, eliminándose en el filme cualquier atisbo de sorpresa narrativa súbita, situación que por definición no es algo reprochable, pero que en este caso, al no explorarse la riqueza emocional de los personajes en ese tiempo extra, y por el contrario sumergirlos en comportamientos risibles y poco atinados, se llega a un filme que termina siendo una cadena de obviedades, cuya única incógnita son las justificaciones circunstanciales, bastante endebles por cierto, que resolverán, media hora después, lo que prácticamente todos los espectadores han concluído ya en su mente.
Es gracias al ritmo que imprime la en esta ocasión poco propositiva pero efectiva dupla de Fincher y el fotógrafo Jeff Cronenweth, que el filme consigue mantener al espectador entretenido en los sinsabores del peculiar matrimonio protagónico, sin embargo, el resultado queda muy lejos de aquellos momentos de brillantez técnica y narrativa que sabemos son capaces de ensamblar. Vamos, ni siquiera el equipo estelar Reznor/Ross consigue brillar, al presentar una banda sonora discreta que prefiere mantenerse, salvo en contadas excepciones (véase esa secuencia mezcla de Basic Instincts y Nekromantik 2), en la intrascendencia de un segundo plano (no hay nada malo en crear un soundtrack atmosférico que se someta con modestia a la trama y que busque llamar la menor atención posible, pero si eso es lo que buscas en tu película, no contrates a Trent Reznor para ello).
Poco inspirada, pero con el sello de efectividad de su director, Gone Girl es un evento fílmico divertido, tan alejado de lo memorable como del bodrio, que cumple el nada despreciable cometido de entretener, pero que, salvo este año, nunca formará parte de la frase “Ah, sí,,, Fincher,,, el director ese que dirigió la de Gone Girl“.