He visto cosas que ustedes no creerían: naves de ataque incendiándose cerca de Orión; el brillo de los C-beams en la oscuridad junto a la puerta de Tannhäuser… Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
-Rutger Hauer en Blade Runner
Conforme pasan los años, encuentro cada vez más similitudes entre los replicantes de ‘Blade Runner’ y los humanos del siglo XXI, pero tal vez la más evidente sea que, en efecto, hemos visto muchas cosas. Nuestra sobrecarga audiovisual, y nuestra obsesión por incrementar cada vez más esos impulsos que emanan de las pantallas que nos rodean día tras día, resultan evidentes.
El ser humano promedio ha visto (hablando de forma conservadora) más de una veintena de batallas intergalácticas, centenares de naves espaciales, incontables armas futuristas de todo tipo, y es capaz de reconocer al menos a una decena de héroes y villanos intergalácticos. Sin embargo en 1965, cuando después de múltiples rechazos Frank Herbert finalmente logró publicar su eventualmente legendaria novela ‘Dune’, el imaginario cósmico cinematográfico no tenía ni remotamente la complejidad de nuestros tiempos.
La novela, cuyo tiraje ha rebasado ya los veinte millones de ejemplares, presentó conceptos inusitados para su época, incluso a pesar de lo que Asimov y Bradbury habían hecho en los años cincuenta. Herbert hablaba de un futuro distante donde las sociedades, a pesar de la tecnología, habían regresado a un sistema feudal; un futuro donde el poder era ostentado por los dueños de los recursos naturales, y donde lo más importante no era precisamente la tecnología sino la capacidad de manipulación política del “pueblo” intergaláctico. Para que se den una idea, Rachel Carson inauguró el movimiento ecologista estadounidense en 1962 con su ‘Silent Spring’, y apenas tres años después Herbert ya estaba planteando una cosmogonía ecologista intergaláctica. Los fanáticos de la ciencia ficción, obviamente, alucinaron.
Fue así como ‘Dune’ pasó de inmediato a ocupar uno de los lugares preponderantes de la ciencia ficción literaria, sirviendo también como una especie de cadáver al que “carroñeros” como George Lucas acudieron para obtener conceptos como “la fuerza”, la idea de un héroe educado en un planeta desértico, los plot twists filiales, o el núcleo narrativo centrado en la rebelión de un pueblo contra un malvado emperador intergaláctico. No critico a Lucas en absoluto, y siempre defenderé que le debemos mucho en términos técnicos y narrativos, pero lo cierto es que esto sucedió porque la novela de Herbert se percibía tan, pero tan inabarcable, que la única solución viable era tomar de ella la inspiración para crear otras historias más controladas, que pudieran llevarse a la gran pantalla con relativa facilidad.
Hay que decirlo: se requiere valor. Se requiere valor para enfrentar un mastodonte de la talla de ‘Dune’ porque el único resultado posible es la derrota. Y al ver la adaptación que Denis Villeneuve hizo de la novela de Herbert, lo único que puedo pensar es que es una derrota digna.
El cineasta canadiense adapta ‘Dune’ desde una sorprendente literalidad secuencial. Casi todos los pasajes de la primera mitad del libro están presentes en un ejercicio narrativo que me sorprendió positivamente. Pero a pesar de esto Villeneuve recrea únicamente la acción esencial de las diferentes secuencias, dejando fuera precisamente los detalles más interesantes de la novela.
SPOILER ALERT: Si leen el libro se darán cuenta que el ‘Dune’ de Villeneuve elimina el delicado balance político de la galaxia, la bellísima carga filosófica detrás de las brujas Bene Gesserit y los Mentats, así como el potencial para la violencia política del propio Barón Harkonnen, que queda relegado a un papel casi incidental. Pero lo que más lamenté es que Villeneuve arranca de raíz toda la trama de espionaje asociada al traidor que entrega al duque Leto. Un traidor que todos saben que existe desde el inicio de la novela, pero que nadie es capaz de identificar, y cuyo desenvolvimiento en la trama habría servido para contrarrestar el aburrimiento que mucha gente manifestó por el ritmo del filme.
FIN DE LOS SPOILERS.
Ese es precisamente el problema con la película, ya que al eliminar Villeneuve la parte más “compleja” de la narrativa novelada, lo que queda es un caparazón vistoso de acción, que consigue maravillarnos por su ambición estética (me fascina por ejemplo el diseño de vestuario del filme, la escala desorbitada de las naves justo como se plantean en el libro, y algunas secuencias minimalistas pero de belleza demoledora, como la del Duque Leto frente al Barón Harkonnen), pero que no permite que sintamos la más remota empatía por ninguno de los personajes que aparecen en pantalla. Seamos honestos, la ciencia ficción del siglo XXI, vista por espectadores que como menciono en los primeros párrafos “lo han visto todo”, debe ser más que un vistoso caparazón de acción.
Del elenco tengo poco que decir. La forma en la que se adaptaron los personajes del filme no les requiere a los actores un involucramiento emotivo notable, y digamos que en pocas palabras todos hacen lo que tienen que hacer. Pero lo que sí resulta tedioso es la obsesión reiterativa de las visiones premonitorias de Chalamet, cuyo único propósito es darle tiempo en pantalla a Zendaya, y que en conjunto con el soundtrack de Hans Zimmer, plagado de cánticos de influencia árabe, nos remiten más a la estética de un comercial de perfumes kitsch que a un drama de ciencia ficción.
En fin. Cuando terminó la película me dieron ganas de abrazar a Villeneuve para decirle “te entiendo”. Entiendo que poco más se puede hacer con esas dos horas y media, y que en parte, justo como en la estructura de la novela, esta primera mitad sirve como una contextualización de las reglas del planeta Arrakis, y como un prólogo al conflicto que se desarrollará en la segunda parte. No estoy decepcionado, pero sí esperaba un poco más de exposición de los temas verdaderamente fundamentales de la novela. Al final del día tal vez Jodorowsky tenía razón: la única forma correcta de hacer una buena película sobre ‘Dune’ es no hacerla.