Deadgirl (2008)

A pesar de los innumerables fallos relacionados con la falta de presupuesto o con la poca experiencia de sus realizadores, el cine de terror independiente suele ser un bastión fílmico que brilla por sus interesantes propuestas, que si bien no se llevan de forma perfecta a la gran pantalla, consiguen, dentro de esa ambición por generar un producto que compense sus carencias a través de una poderosa innovación argumental, exhibir conceptos interesantes y controversiales, cuya presencia en filmes de amplia distribución comercial sería prácticamente imposible.

Deadgirl es el típico caso de una cinta que jamás podría haberse exhibido bajo la tutela de alguna gran productora norteamericana, demostrando el gran valor que tienen aquellos apasionados emprendedores que consiguen recaudar el capital necesario para producir y filmar una obra, sacrificando capacidad histriónica y recursos visuales por la posibilidad de tener libertad absoluta para contar, de la forma en la que lo habían imaginado, un determinado proyecto. 
En esta ocasión, los directores Marcel Sarmiento y Gadi Harel, en conjunto con el escritor y actor Trent Haaga, ensamblan y ejecutan la historia de un par de adolescentes, calcados de ese imaginario de preparatorianos rebeldes pero impopulares que la maquinaria hollywoodense nos ha vendido durante décadas, que, buscando un lugar para beber y drogarse sin ser molestados, llegan a un psiquiátrico abandonado a las afueras de la ciudad, para encontrar de forma fortuita el cuerpo en perfecto estado de una mujer semidesnuda y atada a una camilla.
Incapaz de comunicarse con los adolescentes mas que con sonidos guturales y con violentos movimientos, la chica, sucia y con una mirada más animal que humana, induce inicialmente en los dos jóvenes el deseo por liberarla, sin embargo, el aislamiento del lugar, y la incapacidad de los pobladores por descubrir a la joven, que no sólo no murió de inanición durante los años que llevaba abandonado el hospital, sino que incluso aparenta una fuerza casi sobrehumana, provocan que uno de ellos decida que deben conservarla en el frío sótano, utilizándola para satisfacer sus más perversas fantasías sexuales.
Hasta la estupenda Paranorman, nunca había visto un retrato del zombi como personaje en desgracia, atormentado en este caso de forma deliberada por un grupo humano, cuya limitada capacidad intelectual provoca una antipatía que supera con creces la que cualquier monstruo salvaje podría conseguir ante el espectador.

Es ese dominio de la suprema voracidad del zombi y su transformación en fuente de placer sexual extremo, al darse cuenta los jóvenes que la criatura no puede morir, la premisa narrativa que, adelantándose conceptualmente unos cuantos años a la más reciente obra del estudio Laika (a pesar de ser películas diametralmente opuestas), lo que hace que Deadgirl sea una experiencia interesante, poco previsible y bastante fresca, que revitaliza, dentro sus grandes errores y limitaciones, un género que últimamente no cesa de darnos siempre el mismo esquema invariable.

Con un elenco adolescente que se esfuerza por ser lo más profesional posible, pero cuyas capacidades son extremadamente limitadas, con un uso completamente cliché tanto de la composición de escenas como de la dirección artística, y con una banda sonora difícilmente recordable, Deadgirl es una cinta que se apoya completamente en el impacto de un cúmulo de escenas que se regodean en una crudeza visual abrumadora y en una historia que aborda, mediante una serie de giros bastante interesantes, la realidad de un colectivo humano que, enfrentado ante la posibilidad de saciar sus deseos más ocultos sin consecuencia alguna, es capaz de cometer las peores atrocidades, suprimiendo su estructura moral en pos del goce instintivo.

Deadgirl constituye el claro ejemplo de una historia que, en las manos adecuadas, habría sido un filme magnífico.

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