Chugyeogja (The Chaser) (2008)

¿Cuáles son los elementos necesarios para construir un thriller que satisfaga algo más que la necesidad de perder el tiempo un domingo por la tarde? Ya sea que se apoye en la creación de un personaje central interesante (The Girl With the Dragon Tattoo), en la elaboración de un villano mítico (The Usual Suspects), en el planteamiento de una historia inteligente llena de giros de tuerca (Oldboy), o en la combinación de todas las anteriores (The Silence of the Lambs), el thriller, para trascender, por encima de todo lo anterior, necesita ser en todo momento veraz, creíble, capaz de elaborar una fantasía con la que la audiencia pueda identificarse, no a través del contexto social en el que se desarrolla, sino mediante el vínculo con aquello que el espectador considera es la realidad de la psique humana y la lógica que la rige.

Es precisamente esa la principal virtud de The Chaser, ópera prima del renombrado director surcoreano Hong-jin Na, cuya capacidad para construir cintas que resulten creíbles a pesar de contar historias que se regodean en su dramatismo y complejidad, lo ha convertido en uno de los directores coreanos que más expectativas generan con cada estreno fílmico.

Un ex agente de policía, convertido posteriormente en regente de un negocio de prostitución, encuentra que el único vínculo existente entre las trabajadoras que misteriosamente han desaparecido de su nómina, es la visita a un cliente identificable únicamente por su número de teléfono. Recordando sus años como detective y recurriendo a viejas amistades dentro de la fuerza policial, el proxeneta decide emprender una investigación exhaustiva para interrogar al misterioso cliente.

Hong-jin Na construye, con mucha paciencia y cuidado, un relato en el que el espectador se une a la caza de un perturbado psicópata que, si se ve con analítica frialdad, poco tiene de extraordinario al compararse con otros grandes maníacos de la pantalla grande, sin embargo, el universo de posibilidades y casualidades, producto de la cadena de reacciones de cada uno de los personajes, da como resultado un thriller que en ningún momento se percibe como falso, plasmándose en pantalla ese maravilloso esbozo equilibrado y creíble de la realidad, que muchas veces se antoja como el Santo Grial de los directores fílmicos.

Poco se puede revelar sobre la trama de un filme como The Chaser sin comenzar a desmenuzar la red de acontecimientos que desembocan en la extraordinaria secuencia final, sin embargo, resulta evidente que la preparación guionística de la película sería insuficiente de no haber contado el director coreano con la probada calidad de actores como Jung-woo Ha, en su papel del despiadado asesino, Yeong-hie Seo, como una de las prostitutas secuestradas y Yun-seok Kim, uno de los actores sensación del cine coreano, como el brillante detective / proxeneta.

El director Hong-jin Na hace honor a la cada vez más extendida noción de que enfrentarse a un buen filme coreano implica someterse a algo impredecible, dando pie en todo momento a que la historia, que comienza como un thriller clásico, evolucione siempre por los caminos más inesperados, arrastrando la mente del espectador a territorios de un cine noir que la maquinaria comercial hollywoodense jamás se atrevería siquiera a imaginar.

Notable resulta el manejo de cámara de Sung-je Lee, quien dota de un dinamismo extraordinario a las secuencias de acción planteadas por Hong-jin, enamorado perenne de la emoción que producen esas escenas que, alejadas de la parafernalia de explosiones y destrucción masiva a la que se ha acostumbrado el público occidental en los últimos años, son capaces de emocionar, por ejemplo, con la brillante filmación de una persecución a pie que no tiene nada que pedirle en vertiginosidad y emoción al apocalipsis Transformer de Michael Bay.

No es de sorprender que The Chaser fuera un poderoso primer paso en la carrera de Hong-jin, quien reafirmaría su estatus de director de culto con su posterior The Yellow Sea. Sin embargo, es en The Chaser donde el director coreano apuntala la que hasta el momento es su mejor historia. Un relato que en las manos equivocadas fácilmente se habría desmoronado en una pila de insensateces y cabos sueltos, pero que ahora queda enmarcado, desde su desesperanza y oscuridad narrativa, como una obra emblemática del cine coreano del nuevo siglo.

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