La única constante en la vida es el cambio, y casi siempre la palabra cambio funciona como un eufemismo de la palabra destrucción; como un disfraz de la implacable erradicación del pasado en pos de lo que las generaciones jóvenes perciben como un futuro “mejor”, mientras que las viejas generaciones perciben como una perversión de sus ideales y como el penoso desvanecimiento de la época que les tocó vivir. Ese ciclo de la percepción humana ha probado ser inamovible e implacable, y aquellos que en su juventud se planteaban la posibilidad de permanecer siempre “actualizados” y en perfecta sincronía con la modernidad, terminan siendo ridiculizados por el paso del tiempo.
Son los violentos intentos de intimidación de la constructora –mediante los que buscan convencer a la sexagenaria de vender su departamento– la excusa narrativa que le permite a Mendonça Filho ahondar en el pasado de su protagonista y perfilar al personaje femenino más potente del año: una crítica musical retirada y orgullosa sobreviviente de cáncer de seno, cuyo poderío sexual permanece intacto, y cuyo carácter la muestra como una mujer que, lejos de la terquedad de aquellos que se ven rebasados por la modernidad, es poseedora de un incansable espíritu que busca defender la dignidad de los resquicios materiales y psíquicos que la anclan al pasado.
Mendonça Filho ha probado ser un guionista sobresaliente, y en Aquarius despliega su narrativa mediante un conjunto de alargadas estampas que contextualizan, valiéndose de diálogos extraordinarios, las preocupaciones y anhelos de alguien que, a pesar de contemplarse a sí mismo en la puerta de su epílogo vital, se rehúsa a disminuir la intensidad de sus días al establecer como única meta posible la no claudicación.
Indispensable resulta para el éxito del filme el virtuosismo de su extenso elenco, comandado por Sonia Braga en el que tal vez sea el papel más potente de su carrera, y llevado a buen puerto por un gran número de actores que generan secuencias de un naturalismo maravilloso, que van desde lo gozoso –véase la maravillosa escena de la fiesta en el club de maduros– pasando por lo solemne –véase el discurso inicial del esposo de la protagonista– hasta lo verdaderamente doloroso –véase el encontronazo del personaje de Braga con sus hijos–. Construyéndose a partir de ese caleidoscopio emocional un bellísimo retrato sobre las implicaciones de la vida en los albores del siglo XXI, y sobre esa madurez femenina que por desgracia suele explorarse desde la torpeza y el sentimentalismo barato.
Mención especial merece la fotografía de Pedro Sotero y Fabricio Tadeu, que echa mano de un atípico uso del zoom para dotar de dinamismo a un gran número de secuencias que se desdoblan en juegos de profundidad extraordinarios. Todo esto ambientado con una banda sonora que actúa como mixtape multicultural, y que juega con rangos musicales que van desde Queen hasta Roberto Carlos.