Hace ya tres años que el coreano Chan-wook Park (mejor conocido como Park Chan-wook, a pesar de que Park es su apellido) debutó en el mercado hollywoodense con Stoker: cinta escrita por Wentworth Miller y protagonizada por Nicole Kidman, cuyo objetivo era presentar al cineasta coreano ante el público estadounidense no especializado. A pesar de que el guión escrito por Miller tenía la impronta de una historia cuyo estilo se adaptaba bastante al de la filmografía de Chan-wook, el resultado fue modesto en comparación con los trabajos previos del coreano. Resultó entonces evidente que el star system hollywoodense había acotado la libertad creativa de Chan-wook –en un caso similar a lo ocurrido con el también coreano Joon-ho Bong y su descafeinada Snowpiercer– percibiéndose en todo momento la ausencia de esa perversa inteligencia a la que nos tienen acostumbrados los buenos thrillers coreanos.
Por fortuna Chan-wook está de vuelta, no sólo en tierras asiáticas, sino en la producción de ese cine de primerísima calidad que lo caracterizaba. The Handmaiden es el pequeño gran milagro que Chan-wook necesitaba para reconquistar a sus fanáticos más aguerridos: un rompecabezas narrativo al más puro estilo del Rashomon, de Kurosawa, en el que nada es lo que parece y donde un sinfín de mecanismos se ponen en marcha para crear uno de los revenge films más finos de la última década.
Un falsificador profesional de arte decide hacerse pasar por Conde para seducir a una mujer que recibirá una cuantiosa herencia. Para llevar a cabo su plan el villano contrata a una ladrona que debe infiltrar la corte de la distinguida mujer y, una vez como su sirvienta personal y consejera, manipular con mayor facilidad la mente y el corazón de su ama para propiciar el casamiento. Una vez desposado con la aristócrata y cobrada la herencia, el estafador buscará internar a su nueva esposa en un hospital psiquiátrico para posteriormente fugarse con el dinero en compañía de la ladrona. ¿Suena complicado? pues esta sinopsis es apenas la punta de un gigantesco iceberg de engaños que emerge, implacable e impredecible, conforme avanza el metraje.
El guion, escrito por Chan-wook y Seo-Kyung Chung, hila todos sus cabos con una delicadeza extraordinaria, y establece la pauta para un impactante planteamiento estético que no le permite al espectador ni un segundo de descanso emocional. Una infinidad de detalles enriquecedores de la narrativa se construyen en torno a la historia central –véase la hermosa conceptualización de la biblioteca erótica, las finísimas secuencias de amor lésbico, o ese teatro que excita la imaginación de un grupo de aristócratas fetichistas, mediante la lectura de historias plasmadas en grabados clásicos del género ukiyo-e– elementos con los que Chan-wook induce una auténtica sobrecarga sensorial en la mente del espectador.
Constreñido a una paleta de colores verdosa, azulada y poco luminosa, Chung-hoon Chung –fotógrafo de cabecera de Chan-wook– compone una película preciosista, cuya factura estética queda como una de las más sobresalientes dentro de la filmografía del director coreano.
La ilusión del amor como arma infalible, el refinamiento estético como catalizador de la perversión, y la venganza como cura catártica son los ejes sobre los que el funesto trío de protagonistas gira en demencial danza. Memorables resultan las actuaciones de Min-hee Kim como la aristócrata, Tae-ri Kim como la ladrona, y Jung-woo Ha como el estafador, personajes que Chan-wook perfila con paciencia y meticulosidad infinitas en este que, sin lugar a dudas, es el inmejorable regreso del director coreano más sobresaliente en activo.