En los albores del siglo XXI cada vez son más escasos los hombres que se atreven a condenar en público a la homosexualidad. De forma súbita, en poco más de medio siglo, los machos occidentales han sufrido una radical conversión, transformándose en seres tolerantes ante las parejas de dos humanos del mismo sexo, mientras esgrimen frases como “no tengo nada en contra de los gays” o la consabida “yo incluso tengo amigos homosexuales”. La tolerancia está de moda, pero como cualquier otra moda, ésta se adopta de forma casi siempre superficial.
A pesar de los innegables avances en cuanto a la aceptación social de parejas del mismo sexo, el tema de la homosexualidad sigue siendo un tópico tabú que suele tratarse con ligereza o incluso desde un punto de vista cómico y absolutamente estereotipado, cuyo único objetivo es simplificar la complejidad de las relaciones entre dos hombres o dos mujeres, evadiendo a toda costa la noción “antinatural” del beso entre dos labios con bigote.
Irritado por los arraigados estereotipos relacionados con la homosexualidad, el director Andrew Haigh decidió escribir un relato acerca de dos chicos gays y la efímera pero profunda relación que desarrollan a lo largo de un fin de semana, con el propósito de elaborar una película que pudiera alejarse lo más posible de los formulismos ingenuos del Hollywood gay-friendly de principios del nuevo siglo.
Weekend es un filme que no quiere pasar desapercibido y que durante todo su metraje lucha por no ser un producto intrascendente, utilizando su historia como un fuerte elemento de denuncia social frente a la discriminación, y al mismo tiempo funcionando como un manifiesto de la conceptualización de la homosexualidad moderna, situación en la que sin duda radica la principal desventaja de la cinta, ya que la historia llega a caer en situaciones forzadas únicamente para dejar clara una posición ideológica.
El casi siempre tierno romance que se establece entre los dos protagonistas de la historia, los cuales se conocen fortuitamente en un bar, se mezcla con una fuerte carga homoerótica mediante la que Haigh nos muestra lo poco acostumbrado que está el público ordinario a ver este tipo de escenas, sonrojando con ello muchas mejillas de espectadores “tolerantes” y restregándoles el hecho de que la homosexualidad todavía no es algo que la mayoría pueda asumir con normalidad.
Con una producción completamente minimalista, Weekend se desarrolla como un tormentoso diálogo entre los dos personajes principales, que ávidos de conocer a su nueva pareja, desnudan sus preocupaciones, sus ideales, sus frustraciones y su situación emocional, introduciendo al público como un tercer enamorado de la pareja formada por el salvavidas de una alberca pública y el dealer de una galería de arte, quienes sumidos en dos interminables días de sexo y estupefacientes, abrirán en buena medida los ojos y las conciencias de los voyeuristas sentados en la sala de cine.
Adoptando hasta cierto punto la irreverencia narrativa de los filmes de John Cameron Mitchell, pero siempre desde un punto de vista más crudo y sin florituras, Weekend disimula sus carencias presupuestarias con un montaje inteligente, con las convincentes actuaciones de Tom Cullen y Chris New, que daría la impresión de que se interpretan a sí mismos, y con el interesante manejo de cámara que la poco experimentada Urszula Pontikos realiza, jugando siempre con el enfoque y su asociación a la multiplicidad de los planos.
El único gran problema de la cinta radica en que en algunos momentos ésta puede resultar forzosamente aleccionadora, debido a la intensidad con la que se aborda la historia y al deseo de Haigh por transmitirle de lleno al espectador su posición ideológica. Sin embargo, en su conjunto, la película constituye un relato cargado de realismo y humanidad que merece ser observado.