La segunda guerra mundial abrió los ojos de la humanidad al horror, a la desesperanza, a la precariedad y a la brutalidad como modus vivendi. Su conclusión dejó ciudades transformadas en cenizas, generaciones enteras desperdiciadas y un núcleo proletario abandonado a su suerte entre las ruinas de una sociedad convulsionada y herida casi de muerte.
El neorrealismo italiano surge precisamente como una reacción ante el desesperanzador espectáculo social de la posguerra en Europa, desarrollándose a partir de un grupo de artistas cuyo deseo era revivir el espíritu crítico de los escritores realistas de principios del siglo XX, con el objetivo de crear un cine socialmente comprometido, que fuera capaz de centrar la mirada internacional en el intenso drama vivido durante la reconstrucción social y moral de Italia.
Rossellini con Roma, città aperta y Visconti con La terra trema, definieron las pautas de un movimiento que vería su cenit con Ladri di bicilette, película dirigida por Vittorio De Sica, que relata las penurias por las que debe pasar un trabajador de clase baja, cuya actividad consiste en colocar carteles por las calles de Roma, cuando en uno de sus múltiples encargos un ladrón le roba su bicicleta.
Majestuoso es el retrato que De Sica hace de la Roma de los años cuarenta, aprovechando al máximo los escenarios reales que proporcionaba la ciudad, lo cual le permitió al director de fotografía Carlo Montuori construir un dinamismo visual extraordinario que muchos años después recuperarían cineastas de la talla de Pasolini y Fellini, y que se convirtió en el sello del movimiento neorrealista italiano, fortuitamente motivado por la inutilización de los célebres estudios Cinecittà durante los primeros años de la posguerra.
Ladri di biciclette plantea desde la más absoluta crueldad el gradual descenso a los infiernos de un hombre honrado, cuya rectitud se ve inutilizada por la imposibilidad de mantener a su esposa y a sus dos hijos en un mundo que decide por él y lo acorrala bajo la máxima de “es más fácil hacer el bien mientras haya qué comer”.
Diseñada de forma consciente y magistral para incomodar al espectador y despertar lo más posible su adormecida conciencia social, Ladri di biciclette gira en torno a la inmejorable actuación de Lamberto Maggiorani, que durante hora y media se convierte en la alegoría perfecta de la impotencia del proletariado, junto con el pequeño Enzo Staiola, que encarna al modélico hijo del protagonista, enamorado de las capacidades de su padre y catalizador de los escasos pero bien llevados momentos de humor dentro de la tragedia.
El trabajo visto como un privilegio en vez de una obligación, el brutal encontronazo entre clase alta y baja, la desesperación como agente motivador de la criminalidad y de las creencias sobrenaturales, el amor filial y la complejidad asociada a la impartición de justicia en un estado paupérrimo, son algunos de los puntos principales que De Sica desmenuza con pasmosa habilidad a lo largo del filme, destruyendo al mismo tiempo y de forma gradual la conciencia del espectador, hasta dejarlo completamente hecho pedazos con uno de los finales más moralmente devastadores de la historia del cine, equiparable quizás a aquella macabra conclusión que Buñuel le dio a sus Olvidados dos años después del estreno de esta obra maestra.
Ladri di biciclette no sólo ha sobrevivido la prueba del tiempo, sino que en las condiciones sociales actuales consigue mantener una perspectiva penosamente actual.