A pesar de los innumerables fallos relacionados con la falta de presupuesto o con la poca experiencia de sus realizadores, el cine de terror independiente suele ser un bastión fílmico que brilla por sus interesantes propuestas, que si bien no se llevan de forma perfecta a la gran pantalla, consiguen, dentro de esa ambición por generar un producto que compense sus carencias a través de una poderosa innovación argumental, exhibir conceptos interesantes y controversiales, cuya presencia en filmes de amplia distribución comercial sería prácticamente imposible.
Es ese dominio de la suprema voracidad del zombi y su transformación en fuente de placer sexual extremo, al darse cuenta los jóvenes que la criatura no puede morir, la premisa narrativa que, adelantándose conceptualmente unos cuantos años a la más reciente obra del estudio Laika (a pesar de ser películas diametralmente opuestas), lo que hace que Deadgirl sea una experiencia interesante, poco previsible y bastante fresca, que revitaliza, dentro sus grandes errores y limitaciones, un género que últimamente no cesa de darnos siempre el mismo esquema invariable.
Con un elenco adolescente que se esfuerza por ser lo más profesional posible, pero cuyas capacidades son extremadamente limitadas, con un uso completamente cliché tanto de la composición de escenas como de la dirección artística, y con una banda sonora difícilmente recordable, Deadgirl es una cinta que se apoya completamente en el impacto de un cúmulo de escenas que se regodean en una crudeza visual abrumadora y en una historia que aborda, mediante una serie de giros bastante interesantes, la realidad de un colectivo humano que, enfrentado ante la posibilidad de saciar sus deseos más ocultos sin consecuencia alguna, es capaz de cometer las peores atrocidades, suprimiendo su estructura moral en pos del goce instintivo.
Deadgirl constituye el claro ejemplo de una historia que, en las manos adecuadas, habría sido un filme magnífico.