Un grupo de seres humanos viven del lado equivocado de un dique ubicado en el estado norteamericano de Louisiana. Desobedeciendo el mandato que los obliga a abandonar sus tierras, los integrantes de esta microsociedad, para algunos heroica y para otros simplemente terca, luchan día a día contra las tormentas que, por causa del dique, aumentan el nivel de las aguas que inmisericordemente inundan sus tierras, otrora fértiles, convirtiéndolas gradualmente en un desolado pantano.
Es dentro de ese bayou que vive una pequeña niña, huérfana de madre, a la que su alcohólico padre llama Hushpuppy, interpretada por la estupenda Quvenzhané Wallis, quien se convirtió en la actriz más joven nominada a un Oscar. La infante, sumida en una gran pobreza como todos los habitantes del lugar, pasa sus días en una pequeña escuela en ruinas, donde una mujer del bayou imparte enseñanzas a los pocos niños que quedan. Una vez terminadas las clases, la pequeña debe pasar la noche en una casa suspendida encima de un árbol, donde cuida a su renegado y desobligado padre, el cual vive en añoranza perpetua del amor perdido.
Visto a través de los ojos de Hushpuppy, el filme es, a pesar de su limitado presupuesto, visualmente espectacular, tanto en las secuencias que presentan a los integrantes del olvidado y decadente grupo de rebeldes, como en aquellas que mezclan de forma extraordinaria la cruenta realidad con una serie de leyendas del bayou, contadas a Hushpuppy por su maestra, en las que aparecen unas míticas bestias prehistóricas y devoradoras de hombres, de nombre aurochs.
Muy rescatable es el trabajo histriónico de los dos actores primerizos que protagonizan la cinta, por un lado Dwight Henry, el padre alcohólico de Hushpuppy, permanentemente enloquecido con la idea de dejar las tierras en las que creció junto a la amada que terminó abandonándolo, y por otro la pequeña Wallis, quien a pesar de ser incapaz de matizar su actuación, consigue transmitir una enorme fuerza vital en algunas secuencias que son dignas de alabanza.
Metáfora de la alienación que de los pueblos autóctonos y de las tradiciones culturales individuales hace la modernidad, Beasts of the Southern Wild, la ópera prima del director neoyorquino, Benh Zeitlin, fue la gran triunfadora del festival de cine independiente de Sundance, sin embargo, fracasa al momento de intentar transmitir simpatía por ese conjunto de grandísimos perdedores que, más que representar la válida lucha de los pueblos olvidados por mantener sus tradiciones y su cultura en un mundo que busca cada vez más la homogeneización de sus habitantes, retrata a un conjunto de zombis alcoholizados con mínimos rastros de humanidad y pocas cualidades dignas de ser rescatadas de la inminente inundación.
En definitiva, a pesar de su interesante potencial relacionado con la conceptualización de la marginación y de los problemas asociados al cambio climático, Beasts of the Southern Wild es una película que se queda corta en cuanto al desarrollo dramático y la motivación del guión, dando como resultado un ejercicio fílmico bonito pero vacío, que se distancia de las grandilocuentes alabanzas que se han emitido a su favor desde su estreno.