Stoker (2013)

Era entendible el temor que generaba en los fanáticos del cine de Park Chan-wook el hecho de que éste emigrara a Hollywood, ya que los cánones del cine comercial norteamericano se derivan casi siempre de la convencionalidad, del deseo de entretener mediante productos simples que no le exijan demasiado a la audiencia, y finalmente de la satisfacción de masas a través de un culto obsesivo por las recaudaciones en taquilla. Resulta evidente que dichas características no son precisamente las más presentes en el cine de Chan-wook, director coreano que saltó a la fama con su trilogía de la venganza, que se superó a sí mismo hace cuatro años con la extraordinaria Thirst, y que ha conseguido generar un considerable número de seguidores precisamente por sus exigencias intelectuales hacia el público, por su originalidad y finalmente por el desparpajo que exhibe en sus cintas, producto de una total libertad a la hora de filmar. ¿Chan-wook va a Hollywood? Sí, yo también sentí temor.

Un trailer que no acababa de convencer y la visión de un elenco de supermodelos de apariencia inmaculada, eran sólo algunos de los malos augurios que se cernían sobre el experimento hollywoodense de Chan-wook, sin embargo, contra todo pronóstico, Stoker es el evento cinematográfico más sobresaliente de lo que va del año y un thriller que, a pesar de no tener la calidad de algunas de sus obras magnas como Oldboy o Thirst, es una experiencia magnífica.
El filme abre su narrativa, después de una enigmática y preciosista escena inicial, con el fallecimiento de Richard Stoker, hombre de familia, casado con Evelyn (Nicole Kidman) y padre de una hija de nombre India (Mia Wasikowska), que sufre un extraño accidente automovilístico y muere inmolado justo en el día del cumpleaños número 18 de su hija.
El trágico final del señor Stoker es mitigado por la aparición de su hermano, un hombre culto y joven que había pasado toda su vida viajando, el cual decide quedarse unos días con Evelyn e India para ayudarlas a superar el penoso drama familiar. Sin embargo, algo extraño se percibe en la apariencia y en los modales perfectos de Charlie Stoker (Matthew Goode), y en efecto, esos manierismos sutiles que dejan entrever que algo va mal, son el preámbulo del viaje, tan alucinante como terrorífico, que Chan-wook ha preparado para su público.

Impresionante es el manejo estético que Chung Chung-hoon, magnífico fotógrafo al que Chan-wook se rehusó a dejar en Corea del Sur, maquina para transmitir al espectador, mediante una sutileza avasalladora (por contradictorio que eso pueda sonar), el desenvolvimiento de una trama bastante compleja desde el punto de vista psicológico, que va ensamblándose a través de las estupendas actuaciones de los tres personajes principales, madre, hija y tío, cargados todos de una potente perversidad que termina estallando gloriosamente en pantalla.

Por si fuera poco, es el genial Clint Mansell (The Fountain), el encargado de componer la impecable banda sonora, broche de oro a la poderosa experiencia audiovisual  y emocional con la que el director coreano decide incursionar en su primera distribución fílmica masiva, situación que le añade un gran valor agregado a Stoker, ya que, aunque no se siente tan libre como sus previas aventuras fílmicas, se presenta muy poco condescendiente con el espectador y, desde un plano de igualdad intelectual, le abre un mundo de retruécanos que pocas veces consigue verse en el cine de distribución comercial.

El argumento original de la cinta, escrito por Wentworth Miller, vio la luz en el 2010 y formó parte de la infame “Black List“, que recoge los diez mejores guiones que no alcanzaron a producirse durante ese año, hasta que finalmente en el 2012, gracias al interés de Chan-wook, se consiguió financiar la producción de la hitchcockiana historia y estrenar esta pieza que abreva del horror más terrorífico, aquel que es factible, aquel que podrías encontrar encarnado en cualquiera de tus seres más queridos.

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