A lo largo de toda su filmografía, Nicolas Winding Refn ha desarrollado una intensa obsesión por desentrañar los códigos asociados a la masculinidad. Para las cintas del director danés, las mujeres son elementos prescindibles o simples objetos para motivar alguna elección o decisión que impacte directamente al centro masculino de la historia. Como ejemplo inmediato de esa implícita animadversión al sexo femenino, puede ponerse su más reciente película, Only God Forgives, donde por primera vez se introduce un personaje femenino con cierto peso en la historia, pero que termina no sólo despojado de toda feminidad, sino que asume el papel del mismísimo Satanás.
Valhalla Rising es el pico tanto de la hiperestilización visual como de la profusa virilidad narrativa de Nicolas Winding Refn. Durante hora y media, la sala de cine se transforma en un pasadizo al año 1000 D.C., en donde un invencible guerrero vikingo, esclavizado por una tribu pagana, pasa sus días descuartizando a sus contrincantes en primitivos juegos gladiatorios. El sórdido personaje, interpretado por el siempre extraordinario Mads Mikkelsen, consigue escapar de sus captores para caer inmediatamente en las manos de un sanguinario grupo de cristianos que, desde la más completa ingenuidad técnica y lógica, deciden zarpar en un pequeño barco rumbo a Jerusalén para reconquistarla.
Son esas las cartas narrativas que Valhalla Rising plantea, sin embargo, la conceptualización que podría hacerse de la historia únicamente leyendo el párrafo anterior, no se acercaría ni remotamente al demencial resultado conseguido por Refn, el cual construye un densísimo viaje psíquico, que en ciertas ocasiones se muestra deudor del Herzog de Aguirre, the Wrath of God, fundamentándolo en un estilo visual donde se exhiben, como irreconciliables antagonistas, al minimalismo de los decorados naturales y escenográficos, y a la hiperestilizada postproducción del filme, que constantemente difumina la frontera entre belleza y kitsch.
De ritmo desgraciadamente irregular, Valhalla Rising posee por fortuna algunas de las secuencias más hermosas de la filmografía de Refn; como la impactante apertura de su metraje, y una gran cantidad de conceptos dignos de análisis; como el intenso nihilismo desplegado en el viaje a Jerusalén/¿América?; la incongruencia conceptual asociada a la religión y al colonialismo; y el profundo sentimiento de ignorancia, desesperación e incertidumbre que permeaba la vida humana hace ya varios siglos.
Sin embargo, lo anterior no termina por compensar el hecho de que el filme, a pesar de ser un punto de inflexión crucial en la carrera del cineasta danés, se muestre como un producto con severos problemas tanto de ritmo como de ejecución, que terminan por demeritar hasta cierto punto la gran actuación de Mikkelsen y disminuyen algunos momentos que de otra forma serían dignos de enmarcarse.
Siempre me ha parecido digna de alabanza la convicción de Refn para plasmar en todo momento y sin concesión alguna su visión artística, atreviéndose a jugar con estilos narrativos y visuales arriesgados que, cuando funcionan, pueden dar como resultado experiencias extraordinarias. Por lo pronto, el viaje eminentemente existencialista de Valhalla Rising permanece en la mente aún días después de haberlo experimentado y, pensándolo fríamente, ¿no es esa semilla de reflexión obsesiva una marca indiscutible de las grandes películas?