Uno de los personajes más interesantes de la maquinaria joven de Hollywood: egresado del club Disney; galán en la horripilante The Notebook; actor fetiche del director danés Nicolas Winding Refn, quien lo convirtió en el epítome del badass silencioso en la legendaria Drive; y cerebro detrás del hermoso primer y único disco de Dead Man’s Bones: el canadiense Ryan Gosling, ha decidido expandir aún más su campo de acción artística mediante la dirección de su primer largometraje: Lost River.
Desde los primeros minutos del filme resulta evidente que Gosling le debe una gran parte de su identidad como director a Winding Refn, con quien comparte el gusto por esas atmósferas de neones y colores estallados que se han convertido en la firma del director danés, y de quien toma en gran medida la idea del cine como una experiencia audiovisual de narrativa sintética, basada casi por completo en la creación de una atmósfera que perturbe y envuelva al espectador.
La sencilla trama del filme, centrada en los avatares de una madre soltera que debe sacar adelante a sus hijos entre los restos de un vecindario cadavérico y abandonado de Detroit, es una simple excusa dramática en la que Gosling se apoya para experimentar con secuencias profundamente oníricas de gran belleza individual, pero hiladas con poco oficio y torpeza al conjunto narrativo.
Lost River es un grandioso espectáculo audiovisual, en buena medida cortesía del fotógrafo Benôit Debie –eterno colaborador de Gaspar Noé– y del estupendo soundtrack compuesto por Johnny Jewel –integrante de la banda de música electrónica Chromatics– que en conjunto construyen una estructura grandilocuente y vistosa, pero completamente vacía.
Gosling reúne a un elenco interesante comandado por Christina Hendricks, que funciona del mismo modo que el planteamiento de las secuencias individuales: como un atractivo escaparate de personajes cuyo desarrollo podría ser memorable –no hace falta mas que ver al estupendo villano encarnado por Matt Smith o a Eva Mendes como la cabaretera adicta al gore que trabaja en una especie de hijo bastardo del Club Silencio de Mulholland Drive– pero que terminan por perderse en el insoportable marasmo de un guion terriblemente inconsistente.
Gosling declaró tras el estreno de Lost River que su intención era la construcción de un oscuro cuento de hadas. Lo que finalmente queda es la idea de lo que podría haber sido un grandísimo y renegrido cuento de hadas, enterrado por la poca pericia de un director al que aún le queda mucho camino por recorrer.