A veces agudo humorista, otras delicado dramaturgo y otras simplemente burdo, el director Pedro Almodóvar ha construido una extensa carrera en torno a filmes que se descifran desde una gran cantidad de géneros y registros narrativos. Después de la escabrosa –en la acepción de la palabra que hace énfasis en las características de un terreno desigual, lleno de tropiezos y estorbos– Los amantes pasajeros, Almodóvar regresa con Julieta al estudio de esos dramas intimistas cuya fórmula lleva años perfeccionando, y que ejercitó por última vez siete años atrás con Volver.
Es Alice Munro la culpable de la reaparición de ese Almodóvar amoroso y delicado, que tras experimentar con el thriller y la comedia decidió dar vida a un guión que –según los créditos del filme– está basado en tres cuentos de la escritora canadiense ganadora del Nobel: Chance, Soon y Silence.
El amor/odio filial entre madre e hija es el tema central de Julieta, cinta cuyo título se toma directamente del nombre de la protagonista del filme: una mujer que en sus años de madurez decide recapitular la historia de su juventud, en un intento desesperado por contactar a su única hija, que la ha abandonado y cuyo paradero desconoce.
Es a través del viejo truco del flashback que el público entra en contacto con la historia de Julieta: una joven impetuosa, maestra sustituta de literatura y exponente arquetípico del español rebelde de la época de “la movida madrileña”, que conoce en un ferrocarril –sin lugar a dudas el momento estético y narrativo más inspirado del filme– a Xoan, un marinero con el que tiene un amorío y que la embaraza en ese primer encuentro fortuito.
Almodóvar recorre con paciencia y delicadeza inusitadas las viñetas que dan forma a la vida de la protagonista y a la relación con su hija. Todo el cuidado estético que el director español suele imprimir en sus filmes está ahí, con su omnipresente amor por el color rojo, y con ese estilo de composición visual que, aunque emana de la lente del fotógrafo Jean-Claude Larrieu –colaborador de cabecera de Isabel Coixet– conserva los manierismos característicos de la filmografía del cineasta manchego.
Por desgracia, el estilo depurado de este Almodóvar en plenitud se topa de frente con la intrascendencia del argumento del filme, que aunque hilado de forma impecable, presenta un desarrollo narrativo poco atractivo, con personajes que en ningún momento resultan magnéticos o interesantes, y con los que es prácticamente imposible empatizar de forma alguna. Que quede claro: no se trata de una necesidad de agregar giros inesperados o protagonistas sobresalientes, de hecho los cuentos de Munro son precisamente liderados por gente ordinaria, con problemas emocionales y familiares también ordinarios, sin embargo, la escritora canadiense siempre consigue dotar a sus personajes, y a las situaciones en las que éstos se desenvuelven, de un superlativo atractivo emocional que en Julieta nunca termina de presentarse, con excepción tal vez de la secuencia final que cierra el filme con gran belleza.
Julieta es un filme visualmente atractivo que se desenvuelve como uno de esos poemas bellamente escritos que se olvidan a los dos minutos de haberlos leído. Técnicamente Almodóvar está en el pináculo de su carrera, ahora sólo le falta recuperar la inspiración y el oficio narrativo del que sabemos es capaz.