31 (2016)

El horror, aunque no lo parezca, es uno de los géneros más difíciles de controlar, tanto para un director como para un guionista. Balancear una cinta cuyo fin es aterrar al espectador no es cosa fácil, sobre todo en estos tiempos en los que el espectador no es aquel de 1895 que se aterraba con la proyección de la llegada de un tren a una estación. El público del siglo XXI lo ha visto todo –o al menos cree haberlo visto todo– de forma que golpear el endurecido núcleo de su capacidad de asombro es cada vez más complicado.

Rob Zombie, ese rockero cuyo conocimiento enciclopédico del cine de horror lo condujo a la dirección cinematográfica, ha logrado decodificar y destrozar en tres ocasiones memorables la sensibilidad de su público: House of 1000 Corpses, The Devil’s Rejects y la magistral The Lords of Salem, son tres piezas poco conocidas pero extraordinarias de cine de terror, que antojaban en demasía su nuevo filme: un proyecto de bajo presupuesto titulado 31, cuya producción fue en gran parte financiada gracias a la plataforma Kickstarter.

Lo poco que se sabía del proyecto antes de su estreno es que la intención de Zombie era filmar una experiencia simple y cargada de gore, que aprovechando su independencia monetaria le permitiera crear una película irrestricta y demencial como ningún otro proyecto que hubiera filmado con anterioridad. ¿La trama?: un grupo de hippies setenteros deben escapar tras ser secuestrados por un peculiar trío de aristócratas, cuyo mayor placer es contratar psicópatas para asesinar gente una vez al año, en un cruel juego llamado 31.

Lo que inicialmente se antojaba como un auténtico festival de violencia y gore dista mucho de lo presentado en pantalla. Rob Zombie es un tipo brillante, pero 31 tiene un sinfín de dolencias técnicas y narrativas. Zombie intenta crear un filme que dependa profundamente de sus secuencias de diálogo, sin embargo, su talento como guionista no es el de Tarantino o el de Sorkin, y sus intentos por sobredialogar la primera mitad del filme con secuencias intencionalmente vulgares y poco interesantes, lo único que consiguen es generar un insoportable tedio en el espectador, que no consigue neutralizarse con la violenta segunda mitad del filme.

Por si las carencias del guión no fueran suficientes, toda la maravillosa intencionalidad estética que habíamos visto desplegada en los filmes anteriores de Zombie –principalmente en House of 1000 Corpses y The Lords of Salem–  queda penosamente olvidada en la construcción visual de 31, que ve sus mejores momentos en la estética de la primera parte, con esos colores deslavados profundamente influenciados por las cámaras Super 8, pero que se cae a pedazos en la segunda mitad, donde la filmación en formato digital se siente por demás artificial, sobre todo en los momentos donde los sádicos aristócratas hacen su aparición cual copias baratas de la sublime secuencia de la entrada al templo en The Lords of Salem.

Pero tal vez lo más penoso del asunto sea la incapacidad de Zombie para crear personajes entrañables. En ningún momento conseguimos empatizar con los protagonistas –ni siquiera con la escultural Sheri Moon Zombie, cuyos personajes suelen ser memorables– y mucho menos con los caricaturescos villanos –el legendario Malcolm McDowell tristemente entre ellos– cuya impostada maldad, lejos de inspirar temor, es catalizadora de discretas risas de pena ajena.

Tal vez el filme más deficiente en la carrera de Zombie, 31 es una lamentable caída después del imparable camino ascendente que había tenido su filmografía. Ahora sólo nos queda esperar que este fuerte tropezón sirva para que Zombie se levante más revitalizado que nunca en su siguiente incursión fílmica.

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