Socorrida y reinventada hasta el hartazgo por incontables cineastas durante casi un siglo, la estructura narrativa del thriller ha sido una de las piezas fundamentales de la historia del cine. No hace falta más que recordar cintas como la extraordinaria The Lodger (dirigida por Alfred Hitchcock en 1926), para entender que lo que hoy conocemos como “thriller moderno” no es más que una corriente cinematográfica fundamentada en variaciones mínimas de cánones que fueron establecidos mucho tiempo atrás.
A pesar de lo anterior, y del hecho de que un porcentaje escandaloso de series y películas año con año recurren a la más burda explotación de la fórmula clásica del thriller, aún existen filmes que consiguen al menos darle un giro estilístico a esa manida ecuación que tiene como elementos rectores al suspenso, a la funesta atmósfera criminal, y a la ansiedad que provoca anticipar el giro que dará por concluido el tormentoso viaje de los protagonistas.
Un buen ejemplo de virtuoso thriller moderno es Good Time: la tercera película de los hermanos Safdie, que a pesar de su corta filmografía se han ganado ya un lugar en las altas esferas del cine “de autor” con su peculiar visión urbana y su atípica intencionalidad estética que, pletórica en close-ups, confía buena parte de su éxito emotivo en la pericia facial de sus actores y en la atmósfera casi documental que construyen en pantalla.
Centrada en la historia de un criminal de poca monta (impecable Robert Pattinson) que busca dinero para pagar la fianza de su hermano mentalmente discapacitado (el director y actor Benny Safdie), a quien siempre ha cuidado pero que se encuentra preso por su culpa, la cinta gradualmente se convierte en una brillante y terrible cadena de errores que convierten al personaje de Pattinson en un moderno Job, que deberá usar todo su ingenio para salir de las cada vez más insalvables pruebas que el azar y su poca pericia le ponen en frente.
Además de su vistosa manufactura estética, cortesía de la lente de Sean Price Williams y de la distintiva impronta visual de los Safdie, Good Time es una película que independientemente de su brillante manejo de la tensión narrativa, encuentra su mayor punto de valía en el extraordinario retrato que hace de sus personajes marginales. Todos y cada uno de los seres que pululan por la hora y media de metraje de Good Time, independientemente de su bondad o maldad, son humanos que han renunciado por completo a cualquier atisbo de redención y se encuentran varados en el pantano vital de la clase media-baja estadounidense. Un pantano en el que todos, sin importar si son ladrones, dealers, o choferes de autobús, han aceptado la devastadora intrascendencia de su destino y han optado por simplemente existir. Es el retrato de cada uno de ellos –desde el asqueroso junkie que se alía a Pattinson para encontrar un cargamento de ácidos, hasta la niña de 16 años con la que el protagonista se besa intempestivamente para resguardar su identidad– el punto fuerte de la película, demostrando en cada uno de esos microcosmos de la clase trabajadora estadounidense el innegable talento de los Safdie como directores y guionistas.
Es tal vez el personaje de Pattinson, en su patológico narcisismo, el único que con golpes ciegos busca rebelarse contra ese concepto pantagruélico e indefinible al que bautizamos como “sistema”. Sin embargo los hermanos Safdie, a golpes de realidad, le revelan lo que todos en el fondo siempre hemos sabido: que somos parte de algo inamovible; que si eres pobre, morirás pobre; y que los finales felices suceden solo en el cine.