Jim & Andy (2017)

El actor reina en lo perecedero.

Es sabido que, de todas las glorias, la suya es la más efímera.
Eso se dice, al menos, en la conversación.
Pero todas las glorias son efímeras.
–Albert Camus
El papel que la figura del actor ha jugado a lo largo de toda la historia de la civilización occidental ha sido crucial. Venerado desde los inicios de la cultura griega como un ser digno de los más grandes honores, el actor, en su papel de camaleón antropomorfo, se ha conservado hasta nuestros días como un personaje rodeado de misterio, que encarna una de las mayores fantasías del ser humano común: ser alguien más.

Ese oficio transformativo, impregnado de glamour por los medios y recibido con reverencia por el público, no está exento de complejidades y riesgos. No hace falta mas que ver la reciente renuncia a la actuación de Daniel Day Lewis –el actor más oscarizado de la historia– tras los terribles efectos psíquicos que la filmación de Phantom Thread tuvo en su persona, o las incontables historias de trastornos emocionales de actores adeptos al célebre método desarrollado a partir de las técnicas del actor ruso Konstantin Stanislavski, cuya intensidad puede resultar devastadora incluso para los histriones más experimentados.

Uno de los ensayos cinematográficos más interesantes que se han filmado sobre el oficio del actor y las consecuencias de enfrentarse a esa constante mutación de personalidades es Jim & Andy, el más reciente documental del cineasta Chris Smith en torno al trabajo de Jim Carrey en Man on the Moon: la cinta en la que el célebre cómico estadounidense interpretó la vida de su ídolo Andy Kaufman, apoderándose del personaje mediante un intenso proceso de personificación total, cuyo resultado fue la desaparición total de Carrey durante el proceso de filmación, y el martirio del director Milos Forman, quien se vio obligado a interactuar en todo momento con la impecable pero problemática reencarnación histriónica de Andy Kaufman.

Es con esa excusa narrativa que el filme se adentra en la carrera de Carrey, exhibiendo su evolución como actor, y llevando al espectador de la mano por los procesos psíquicos que han culminado en la profunda depresión que irónicamente experimenta uno de los actores que más risas arrancó durante la segunda mitad del siglo XX.

A lo largo de noventa minutos Smith recuerda las múltiples máscaras que el “actor de las mil caras” se colocó a lo largo de su carrera, desde el boom de 1994 donde su fama explotó tras estrenar el mismo año Ace Ventura, The Mask y Dumb and Dumber, hasta sus intentos por transformarse en un actor “serio” con The Truman Show. Todo esto aderezado con el demencial proceso de grabación de Man on the Moon, que Carrey ordenó filmar a detalle y que ahora finalmente sale a la luz.

Epifánico retrato de la actuación como mecanismo para refugiarse de los devastadores procesos del estrellato, Jim & Andy no es precisamente una pieza diseñada para encumbrar a su protagonista, ya que toda la narrativa cuidadosamente construida por Smith a través del metraje documental capturado por los camarógrafos de Carrey, está construida en torno a un halo de melancolía y autocrítica, sugiriendo incluso de forma sutil el hecho de que tal vez ese nuevo Carrey que se ve en pantalla, depresivo, de barbas largas, chamarra de cuero, y que a la menor provocación escupe aforismos cliché sobre el absurdo de la trascendencia y sobre la comunión del ser humano con el universo, sea tal vez el último gran papel del actor. La única incógnita a resolver ahora es si Carrey sabe, o no, que está interpretando ese papel.

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