En los últimos cuatro años he desarrollado una fobia a las películas de super héroes, sin embargo esta repulsión adquirida no se debe a un menosprecio de esos humanos que, por causas casi siempre fuera de su control, se transforman en paladines de la justicia. Todo lo contrario, esa fobia tiene su origen en el gran aprecio que tuve por el mundo del cómic durante mi adolescencia y en las constantes decepciones a las que me sometía la incapacidad de muchos realizadores, que en su afán de adaptar las complejas historias que encierran muchos de los super héroes clásicos, terminaban destrozándolas con simplificaciones ridículas y burdas.
Casi contra mi voluntad acepté ver X-Men: First Class, esperando básicamente lo mismo que se había hecho a lo largo de toda esta franquicia fílmica, una historia mediocre acompañada de mucha acción y un breve recuerdo de los cómics que hicieron que nos aficionáramos a la brutalidad de Wolverine, a la sagacidad de Charles Xavier y a la vileza de Magneto. Por fortuna el resultado final me dio más de lo que esperaba.
El proyecto inicial del filme se había asignado a Bryan Singer, director de la segunda parte de la saga, que en colaboración con Sheldon Turner desarrolló una historia que recapitulaba los años mozos del profesor Charles Xavier y su intensa amistad con Erik Lehnsherr, un judío sobreviviente de los campos de concentración alemanes con el poder de manipular cualquier objeto metálico con su mente, que busca vengar el asesinato de su madre a manos de un cruel mutante.
La historia escrita por Singer, quien finalmente abandonó la dirección del proyecto cediéndola a Matthew Vaughn (Kick Ass), retoma el espíritu de los buenos cómics de X-Men y con gran acierto se centra en el camino de sufrimiento que sigue el joven Erik, sin duda el personaje más interesante de la saga, desde su estancia en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial, hasta convertirse en Magneto, uno de los villanos más famosos de la historia del cómic.
La táctica de contar el origen de un villano siempre rinde frutos, ya que el espectador se coloca en una posición de absoluto conocedor del desenlace de la historia, pero de completo ignorante respecto al entramado que origina dicho desenlace, lo que le permite mantener intacta la capacidad de asombro y le añade el placer de ir conectando esos eventos que ya conoce con los pequeños detalles que los originan, situación que X-Men: First Class maneja de forma acertada y que Matthew Vaughn aprovecha para filmar su segundo gran éxito consecutivo.
El elenco de la película, compuesto casi en su totalidad por actores que a pesar de no ser novatos se sienten bastante planos en pantalla, se apoya casi completamente en la interpretación de Michael Fassbender, que supera al siempre excelente Ian McKellen y se convierte en el mejor Magneto que ha visto esta larga saga fílmica, al punto de que las mejores escenas de la cinta son sin duda aquellas que exploran el inicio de la búsqueda que emprende el futuro villano para encontrar al asesino de su madre.
X-Men: First Class es una película que entretiene, que no deja al espectador con el sentimiento de haber sido estafado, sensación que por desgracia cada vez se vuelve más frecuente en filmes de este tipo, y que a pesar de contar con un guión bastante lineal que se centra en la cacería de un villano, es capaz de entretener al espectador común y satisfacer las expectativas de los fanáticos de la escuela para alumnos superdotados del profesor Xavier.