World War Z (2013)

La evolución del mito zombi en el cine es uno de los fenómenos más estudiados y apasionantes que tiene para ofrecer la historia de la cinematografía mundial. Desde sus inicios como no-muerto, cuya génesis se asociaba a tradiciones africanas ancestrales relacionadas con el vudú, hasta su transformación en metáfora anticapitalista o en agente de caos social, el zombi es un personaje que se ha enquistado en el imaginario colectivo occidental, convirtiéndose en uno de los seres más entrañables y recurrentes que pueden encontrarse en el halo de luz de un proyector de cine.

Es precisamente por lo anterior que un producto fílmico como World War Z resulta absolutamente incomprensible en pleno siglo XXI, cuando las audiencias, ahora más que nunca, para validar una cinta de zombis necesitan recibir dos elementos indispensables: una buena dosis de violencia que cuando menos arranque algunos gritos ahogados del público; y una historia que sea capaz de dar un leve giro conceptual, o al menos ahonde en la mitología asociada al zombi, su coexistencia con la humanidad, su origen, o la ingeniosa forma mediante la que la sociedad conseguirá enfrentarse a una epidemia de proporciones monumentales.

A pesar de su presupuesto de 190 millones de dólares, de tener a Brad Pitt como protagonista, y de cimentar su historia en una de las novelas que, de acuerdo con los geeks más sesudos, abordan con mayor sapiencia el fenómeno zombi, World War Z no sólo no entrega un resultado adecuado para las exigencias de un público moderno, sino que en muchos de los rubros a analizar queda como un producto incompleto y mediocre.

Dejando de lado las similitudes con la novela, a la que sigo sin acercarme, y analizando la película de forma completamente independiente, se observa que la trama no hace mas que abordar la búsqueda mundial que emprende Brad Pitt, ex colaborador de la ONU en misiones de alta peligrosidad, para desentrañar el origen del virus, bacteria, experimento fallido, mutación genética o lo que sea que, de un día para otro, generó una terrible epidemia de súper humanos violentos y mordelones.

Brad Pitt tiene una familia, pero eso a nadie le importa, ni al director, ni al espectador, ni al héroe de la cinta, asesinando en todo momento cualquier intento de compenetración emocional con los personajes, en pos de una orgía descontrolada de escenas de acción sin ton ni son, que se hilan en pantalla con una serie de explicaciones de reducido nivel intelectual, pero que sin embargo le proporcionan al espectador, como si de un videojuego se tratara, una gran variedad de escenarios para su diversión, pudiendo disfrutar de zombis en la ciudad, zombis en el desierto, zombis en Corea, zombis en un laboratorio abandonado y claro, el fantástico nivel extra de zombis en el avión.

Lo anterior nos lleva al siguiente gran pecado de la cinta: ese infantil deseo de ocultar, a pesar de los miles de asesinatos representados en pantalla, cualquier rasgo de violencia focalizada, de borbotón de sangre, de miembro amputado, y, en resumen, de todos esos pequeños momentos gore que cualquier fanático del cine de zombis espera con ansias. El colmo: una secuencia en la que Brad Pitt le encaja una barra de metal a un zombi en alguna parte de su cuerpo, y el arma metálica queda atorada en el cráneo/torso/lo que sea del zombi, filmándose diez segundos de Pitt intentando desatascar su barra de metal, con potentes movimientos de hombro, de algo que el espectador no puede observar.

¿Hay mas actores que Brad Pitt en la película? En realidad a nadie le importa, son un peso muerto que sólo sirve para acentuar las posibilidades dramáticas desperdiciadas en World War Z, y del mismo modo dar pistas sobre el interesante acercamiento que podría haberse hecho, con un poco más de guión, en lo tocante a las diferencias culturales entre cada uno de los países visitados por el protagonista, desarrollándose tal vez con mayor profundidad el combate de una epidemia cuyo aliciente narrativo más atractivo era la destrucción del sistema capitalista global, situación que obligaba a cada país a luchar con sus propios medios y evidenciar un conjunto de conflictos socioculturales que, cuando menos, habrían sido un elemento profundamente enriquecedor del filme.

A pesar de que no se puede negar la buena manufactura de sus vibrantes secuencias de acción, World War Z es un gran compendio de oportunidades desperdiciadas, que, dada la absoluta inoperancia de su final, apuntan al posible desarrollo de alguna secuela, y cuya eficacia es meramente perceptible como un artificio para causar, con elementos muy primarios, emoción mediante la reacción visceral del espectador ante un caos de dos horas que se debate entre explosiones y zombis (¿o infectados?) veloces, pero que en ningún momento consigue excitar el intelecto, y eso, definitivamente, es una lástima.

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