Water for Elephants (2011)

Absolutamente nada hacía pensar que Francis Lawrence pudiera hacer una película que tuviera algo de interés. Su corta filmografía, integrada por Constantine, I Am Legend y una serie de videos para Britney Spears y Jennifer Lopez lo planteaban como la antítesis de cualquier cine que intentara algo más que proporcionar entretenimiento en su forma más barata.

Water For Elephants no contradice del todo mi percepción respecto a Lawrence, ya que la película no tiene más pretenciones que entretener a la audiencia con una historia sacada del imaginario clásico de los relatos circenses, en donde la bella acróbata femenina que es propiedad del dueño del circo, enamora al joven protagonista, que dadas las circunstancias puede ser otro acróbata, un payaso o en este caso un veterinario con un trágico pasado.
Este relato, que deja poco a la imaginación y que se conduce por los derroteros clásicos que cualquier persona de la audiencia puede esperar, generaría un filme completamente intrascendente de no ser por el extraordinario manejo de la imagen que hace Lawrence junto al premiado fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto, colaborador asiduo de Alejandro González Iñárritu, quien a lo largo de la cinta hace verdaderas maravillas con la cámara.
Hace unos días escuchaba que la importancia del cine radica en la forma en la que se cuentan las películas, declaración fundamentada en que todas las historias ya han sido contadas y que por ende la forma lo es todo. A pesar de que personalmente no comparto esta opinión, debo admitir que encaja perfectamente con lo que se ve durante las casi dos horas de Water for Elephants, ya que las vicisitudes que tiene que sortear Robert Pattinson para conseguir el amor de la desabrida por naturaleza Reese Witherspoon, son solo una excusa para mostrarnos composiciones francamente espectaculares, de las que destacan un par de secuencias capaces de quitarle el aliento al espectador.
La luz, el excelente tratamiento de postproducción de las imágenes, así como los sutiles efectos generados por computadora, se conjuntan para maravillar a la audiencia con la danza de la protagonista y un imponente caballo blanco, o con la magnificencia de un elefante que se levanta imponente en medio de la pequeña carpa del circo pueblerino, o con el bamboleo sugerente de unos pechos que nunca llegamos a ver, pero que suben y bajan al compás de una mujer que, desnuda en una pequeña carpa, baila para un grupo de eufóricos hombres.
Mucho se ha criticado a la pareja protagonista de la cinta, sin embargo desde mi punto de vista hacen lo que tienen que hacer, y aunque Pattinson sigue sin dar el nivel que creo puede alcanzar, al menos Witherspoon parece algo más que la rubia sosa que siempre ha sido. Por sorpresivo que parezca, el verdadero problema histriónico que percibo es el de Christoph Waltz, un hombre que se ganó a propios y extraños con su interpretación del coronel Hans Landa en Inglorious Basterds, pero que poco a poco se ha visto encasillado en ese papel de villano excéntrico y violento, repitiendo incluso los gestos de la interpretación que le dió el Oscar, cuando es evidente que puede dar una actuación muchísimo más compleja.
El resultado de la cinta es por todas las razones mencionadas contradictorio. Por un lado queda el sentimiento de haber visto algo visualmente sobresaliente, mientras que en el otro extremo de la balanza tenemos una historia que le da poco al espectador y que por desgracia termina con una última media hora apresurada y plagada de inconsistencias narrativas. Poniendo un poco de peso a su favor puedo decir que el filme no es tan malo como imaginaba en un principio y de hecho puede disfrutarse, pero la inclinación de la balanza tendrán que decidirla ustedes mismos.

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