La idea del amor al territorio siempre me ha parecido anticuada y nociva. En resumen: un grupo de humanos deciden amarse entre sí por el hecho de vivir en un área delimitada de forma relativamente arbitraria, y al mismo tiempo deciden odiar a los humanos que existen algunos metros fuera de esa frontera porque ya no “pertenecen” a su territorio. Vamos… pocas cosas más absurdas hemos inventado.
Por lo mismo no siento necesidad alguna de defender el cine que supuestamente hace el territorio que otros seres humanos han definido como “mi territorio”. Películas hermosas y aberrantes se filman en todo el mundo, y si algo hemos comprobado una y otra vez es que se puede sentir la misma empatía por los personajes de una buena película italiana que por los de una buena película mexicana porque SPOILER: todos pertenecemos a la misma especie animal. Todos somos humanos.
Digo esto porque no quiero los clásicos regaños asociados al hecho de criticar una película mexicana con dureza. En verdad me importa muy poco que el director Alonso Ruizpalacios sea mexicano. Lo que sí me importa es que en el 2014 concibió y ejecutó una de mis películas favoritas sobre los vínculos entre hermanos, y sobre la inútil pero hermosa rebeldía adolescente. No me importa la nacionalidad de Ruizapalacios, pero me importa su filmografía porque ha conseguido emocionarme, y porque en esa primera película vi lo que creía era el potencial de un gran director de cine.
Desde entonces he buscado esa misma emoción en sus dos películas siguientes y he encontrado con tristeza que esa conexión no se ha vuelto a repetir. La pericia técnica del director de ‘Museo’ es evidente, pero lo que narra me resulta insulso y cada vez más impregnado de una forzada emotividad que, a falta de una mejor palabra, catalogaría como casi telenovelesca.
Le pasó en ‘Museo’ (su teen-movie de cuarentones), y ahora le vuelve a pasar en ‘Una película de policías’: una pieza de docuficción que ha sido recibida por la crítica como un gran triunfo del cine nacional (lo que sea que eso signifique) pero en donde el interesantísimo tema central se diluye en los sentimentalismos fáciles, y en los razonamientos lineales de alguien que lleva cinco minutos intentando definir un problema.
Con esto no quiero menospreciar el trabajo de investigación que Ruizpalacios haya hecho (o no) para intentar definir los problemas del cuerpo policiaco de la Ciudad de México, ignoro sus métodos y a final de cuentas tampoco importan más allá de la anécdota, pero lo que se ve en ‘Una película de policías’ es la misma descripción de las taras del cuerpo policiaco que se han descrito hasta el cansancio en innumerables piezas periodísticas.
Ruizpalacios intenta generar un relato humanizador de los policías citadinos que, como diría el poema, “son como son porque no les queda otra opción”, y a lo largo de la película sopesa en una balanza sus actos de corrupción contra sus carencias laborales, y contra el hecho de que “se la rifan” cuidándonos mientras no nos están extorsionando. Lo siento, pero esa lógica aritmética me parece, por decir lo menos, burda. Y lo siento aún más porque la película se queda justo ahí, sin empaparse en el verdadero problema, y sin atreverse a dibujar a los altos mandos policiales y políticos, que simplemente se perciben como una sombra negra e informe que pende sobre las cabezas de los dos policías protagonistas (enamorados el uno del otro porque también tienen su corazoncito), cuyo mayor pecado fue cometer la imprudencia de pelearse (no por convicción, sino por azar) con la persona equivocada.
Es así como el interesante concepto de hacer una película abocada a defender (o entender) a un sector tan vilipendiado como la policía, termina siendo un catálogo de violencias laborales ya conocidas, asociadas a cuotas, a malos salarios, a falta de equipo, etc, enmarcado en una relación amorosa que carece de los elementos narrativos necesarios para establecer un vínculo emocional con el espectador.
Sin embargo Ruizpalacios es hábil, y maquilla la intrascendencia de su denuncia con un bonito laberinto de artificios narrativos, en donde primero se ficciona la historia de los policías para luego romper la cuarta pared y descubrirnos que todo es un documental, revelando en el proceso la “infiltración” que los dos protagonistas hicieron en las fuerzas policiales para entender, al más puro “stanislavski style”, a los personajes reales que interpretarían en el filme. Es esto sin lugar a dudas lo más valioso de una docuficción que por desgracia tiene poco que contar, y que termina funcionando únicamente como un interesante ejercicio de forma.
Sigo sin conectar con el cine de Ruizpalacios pero no pierdo la esperanza, ojalá la cuarta sea la vencida.