Tyrannosaur (2011)

Miseria sobre la miseria. Todos los años hay una película que tiene la habilidad de destruirme emocionalmente. Del mismo modo que el año pasado Thomas Vinterberg me hundió durante días con su Submarino, ahora Paddy Considine, a quien tal vez recuerden como el actor principal de una de las obras cumbre de Shane Meadows, Dead Man’s Shoes, consigue elaborar y dirigir un relato devastador acerca de la eterna batalla entre racionalidad e instinto y las víctimas que surgen de tan cruenta lucha.

Terrorífica y deprimente a partes iguales, Tyrannosaur, la ópera prima de Considine, consigue abordar con una lucidez asombrosa el tema de la violencia de género, asunto que muchas veces tiende a representarse mediante repetitivos y simplistas clichés, que terminan por trivializar el acto y se alejan de cualquier intención por dilucidar aquellos mecanismos que activan, de forma muchas veces inexplicable,  el que hasta nuestros tiempos sigue siendo un fenómeno social mucho más recurrente de lo que estamos dispuestos a aceptar.

La historia, que durante hora y media se posa como una lápida sobre los hombros de los brillantes actores Olivia Colman y Peter Mullan, analiza la relación de un pobre diablo solitario de más de cincuenta años, morador de barrios bajos, alcohólico, con severos problemas en el manejo de la ira y una mujer de un barrio acaudalado, propietaria de una tienda de caridad, con una gran fe religiosa y víctima de las constantes vejaciones de su exitoso y asqueroso marido.

A pesar de que la historia se centra en la destrucción psicológica sistemática que sufre la mujer ante los abusos de su pareja, Considine decide meter mano en una gran cantidad de temas (todos increíblemente deprimentes), entre los que se encuentran: la imposible batalla contra los instintos, la soledad, el alcoholismo, el racismo, la desigualdad social y finalmente el vacío experimentado ante la pérdida del amor.

El retrato de una sociedad que utiliza la ira como terapia, y que la orienta de forma descontrolada hacia lo primero que encuentra, se plasma en Tyrannosaur a través de imágenes muy poderosas capturadas por Erik Wilson, fotógrafo al que ya habíamos tenido la oportunidad de apreciar el año pasado en Submarine (no confundir con Submarino), y que en combinación con la excelente mezcla de sonido genera momentos brutales de insoportable tensión para el espectador.

Tyrannosaur es un filme completamente oscuro y sin tonalidades, convirtiéndose esto en su principal desventaja, ya que la negación de cualquier matiz de esperanza, con la excepción de una extraordinaria secuencia cerca de la mitad del filme, termina alienando al espectador, el cual muy probablemente acabe viendo la cinta desde un completo desapego a la realidad de los personajes, como si estos fueran animales dentro de un grotesco zoológico.

A pesar de lo anterior, el esfuerzo fílmico que inaugura la carrera de Considine como director es sin duda sobresaliente y las extraordinarias actuaciones del elenco (de las mejores del año) son capaces de helar la sangre y llevar al espectador a lugares que difícilmente olvidará.

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