A pesar de su multipremiada y polarizante Slumdog Millionaire, Danny Boyle no ha estado en la mejor de las formas desde su estupenda aproximación al mundo zombi en 28 Days Later. Las razones de esta aparente sequía de ideas y talento son intrascendentes, ya que, lo verdaderamente importante, es que uno de los directores británicos más interesantes de su generación está pasando por una crisis de la que no se adivina una salida fácil, y Trance, su nuevo intento fílmico, sólo consigue hundir un poco más la carrera de este otrora genio en el triste abismo de la intrascendencia.
En el ojo del huracán está el trío formado por James McAvoy, quien interpreta al subastador de la ceremonia en la que es robado el cuadro de Goya, Vincent Cassel, líder mafioso encargado de perpetrar el golpe, y Rosario Dawson, quien da vida a la psicóloga que, mediante hipnosis, intentará hacer recordar al personaje de McAvoy dónde escondió el célebre cuadro para que no cayera en las criminales manos de Cassel.
Trance sustenta el interés de la audiencia en su laberíntica forma de narrar los hechos que componen su trama, sin embargo, una vez develado el misterio, la experiencia termina siendo una farsa que se aleja penosamente de cualquier razonamiento lógico, para venderle al espectador un burdo cuento que abreva con torpeza de decenas de thrillers psicológicos y que termina siendo una experiencia penosa tanto para el espectador como para la endeble carrera de Boyle.
Una vez terminada la proyección, y mientras me alejaba del cine, sólo podía pensar en que los únicos elementos valiosos del filme habían sido: la recreación del célebre cuadro robado, La tormenta en el mar de Galilea, de Rembrandt; la secuencia de los créditos finales en la que se deconstruye el cuadro de Goya; y el voluptuoso cuerpo amazónico de Rosario Dawson. Tres días después, sigo sin encontrar nada que pueda merecer alguna palabra de aliento para los fanáticos de este director británico. Shame on you, Danny Boyle, shame on you.