Qué lejos se mira ahora el Xavier Dolan de J’ai tué ma mère, ese joven de veinte años que acaparó miradas y elogios al presentar un drama intimista que, a pesar de tener sus bemoles, construía una sólida y potente historia sobre la relación entre una madre y su hijo homosexual. Parecieran haber transcurrido décadas desde su triunfal ópera prima, pero la realidad es que el crecimiento de Dolan como director ha sido vertiginoso. Ahora, cinco años después, con tres filmes bajo el brazo y un quinto a punto de estrenarse en la selección oficial del festival de Cannes, el prolífico Dolan presenta Tom à la ferme, su cuarta cinta y primer largometraje con guión prestado, el cual adapta de la obra de teatro homónima, escrita por Michel Marc Bouchard.
El demoledor duelo de actuaciones entre Dolan, Cardinal, y Lise Roy, quien da vida a la igualmente perturbada madre, y la emotiva banda sonora compuesta por Gabriel Yared, potencian una historia estupenda que explota en todo momento la vileza tácita de los personajes, y elabora un fantástico estudio sobre la transferencia emocional, el duelo, los traumas asociados a las relaciones familiares, y los riesgos que se alimentan del deseo y el placer desmedidos.
Presentada a partir de un realismo descarnado, que remite al espectador al Dolan de J’ai tué ma mère, o al cine de Vincent Gallo, Dolan se permite también jugar, como si de una pesadilla se tratase, con una semiótica que roza los límites del sueño, creando secuencias dignas del Inland Empire de David Lynch, e incrementando de paso la atmósfera de tensión que desde el inicio del metraje asciende constantemente sin pausa alguna, hasta llegar a un cierre atípico y extraordinario.
Interesado siempre en el formato de aspecto de sus filmes y en la composición de escenas, el joven director canadiense introduce, en colaboración con su nuevo fotógrafo, André Turpin (Incendies), un interesante juego de relación de aspecto, reduciendo de forma gradual la dimensión vertical de la pantalla en momentos clave, para acentuar poco a poco la tensión y la claustrofobia asociada a ciertas escenas, situación que engendra una especie de widescreen móvil altamente efectivo e innovador.
Rotundo éxito narrativo y estético, Dolan vuelve a demostrar su brillantez como director, experimentando con los códigos clásicos del thriller y mostrando nuevos caminos para este género tan desaprovechado en fechas recientes. Uno de los directores contemporáneos con mayor potencial, Dolan es un personaje cuya producción debe seguirse muy de cerca, y Tom à la ferme es una prueba más de ello.