Se extrañan los amigos, las fiestas, las cervezas en la calle, los amores fugaces y la ruptura de los límites, pero lo que más suele extrañarse de la juventud es la visión de la vida como un abanico de posibilidades. Vamos, independientemente de nuestro país de origen o del estrato social del que hayamos partido, las fantasías vitales se reducen (o si utilizamos un eufemismo “se acotan”) con el paso de los años, dando pie a un futuro cada vez más predecible que converge en la muerte.
Ese acotamiento del futuro es la esencia del drama de la vida. Un drama que conforme envejecemos se vive desde la memoria y en muchos casos desde el arrepentimiento. Un drama en el que una y otra vez la mente reproduce momentos clave de nuestra historia, utilizando a la palabra “hubiera” como la gran llave de una felicidad más completa que ya no será. La felicidad detrás de escoger otra carrera, otro trabajo, otra pareja, o en el caso de Sibil Fox Richardson, la felicidad detrás de no intentar robar un banco junto a su esposo en 1997.
La cineasta Garrett Bradley escuchó la anécdota de Sibil y Robert Richardson en el 2016 durante la filmación de su corto documental ‘Alone’, y pensó que la historia de esos dos jóvenes que recién casados y esperando gemelos decidieron robar un banco, bien merecía la pena contarse en un corto documental como el que en ese momento estaba filmando.
Sin embargo cuando Bradley manifestó su interés por hacer un corto sobre la pareja, Sibil, quien durante el robo había fungido como la conductora del vehículo de escape mientras su esposo y su primo robaban el banco, le entregó a la directora una maleta llena de pequeñas cintas en las que había filmado más de cien horas de video detallando el viacrucis legal y emocional que había emprendido para obtener una reducción de la condena de su esposo Robert, quien a pesar de haber sido detenido antes de concretar el asalto, y de no haber herido a nadie durante los eventos, fue condenado a 60 años de prisión.
Es a partir de esas cintas que Garrett Bradley compone una de las piezas documentales más memorables del 2020. Una película que es al mismo tiempo el rescate documental de una familia destruida por la ausencia de un padre que ha visto crecer tras las rejas a sus hijos durante 18 años; la sentida y apasionada historia de amor de una pareja que navega las turbulencias de su violenta separación asiéndose a la cada vez más remota esperanza de obtener justicia; y finalmente la crónica de otro ejemplo más de la discrecionalidad y la ligereza con la que la “justicia” suele condenar a todos aquellos que, ya sea por ignorancia o pobreza, no tienen acceso a los medios adecuados para defenderse.
La inteligencia y sensibilidad con la que Garrett Bradley edita el material grabado por Sibil permite construir un poderoso vínculo de empatía con el espectador. Un vínculo que afortunadamente no se establece desde la explotación de la miseria o el llanto fácil, sino a través de la meticulosa construcción del personaje central de la historia: la incansable Sibil, que detrás de toda su cursilería religiosa y de su obsesivo deseo de protagonismo, se alza como un personaje de tenacidad y fuerza avasalladoras ante quien el espectador se termina rindiendo.
Estructurado como un gran crescendo que tensa sus líneas emotivas hasta llegar a un clímax extraordinario, ‘Time’ es además de todo lo anterior una bella reflexión sobre la forma en la que los seres humanos experimentamos nuestra propia historia, y sobre la forma en la que nuestra vida suele estar estructurada en torno a dos o tres decisiones cruciales que nos llevan por un cauce determinado.
Me gusta creer que después de décadas de vivir sólo dos o tres cosas se recuerdan en el lecho de muerte, y este documental es la crónica de uno de esos recuerdos imborrables. Un recuerdo que definió los aspectos centrales de la vida de dos personas, y que gracias a la pericia de Garret Bradley compartimos a un nivel de intimidad que rara vez se transmite en un documental. Es esa intimidad la que gradualmente resignifica el cúmulo de imágenes cotidianas que Sibil graba cámara en mano con candidez y torpeza. Imágenes cotidianas que una vez terminado el documental se nos estrellan de lleno en el alma, como si nosotros las hubiéramos vivido.