The Wolf of Wall Street (2013)

La mitificación del exceso es uno de los temas con los que más fantasea el hombre del siglo XXI, ese exceso que significa poder, que inspira temor y respeto, y que tiene su génesis en una inagotable capacidad de despilfarro producto de un gigantesco flujo de riqueza. No hace falta mas que ver a Jordan Belfort inhalando cocaína del trasero de una supermodelo en los primeros segundos de The Wolf of Wall Street. Vaya exceso, dirán los espectadores de dientes para afuera en sus comedores convencionales, rodeados de su vida rutinaria y sus noches de pizza y películas, sin embargo Martin Scorsese sabe que, por más que lo niegue, el espectador masculino promedio mataría por ver su cara en vez de la de Leonardo DiCaprio en medio del trasero de esa voluptuosa chica, inhalando cocaína como una aspiradora endemoniada, con el mundo a sus pies y el poder de hacer lo que le venga en gana. El triunfo de una oda al exceso como The Wolf of Wall Street dentro del imaginario colectivo masculino no sólo es comprensible, es inevitable.

Ese alto grado de conexión que The Wolf of Wall Street establece con el lado más bárbaro y primario de la masculinidad, no representa por sí mismo ninguna cualidad, ya que cintas mucho más burdas como The Hangover, u orgías de acción como Transformers, apelan directamente al mismo rango de emociones, sin embargo, Scorsese viste a este relato profundamente excesivo y misógino con un desarrollo en el que abundan, también de forma excesiva, el virtuosismo narrativo, la impecabilidad histriónica y, por encima de todo lo anterior, la inteligencia.

El filme relata el ascenso de Jordan Belfort, magistralmente interpretado por Leonardo DiCaprio, dentro del mundo del mercado de valores. Belfort, un economista bastante espabilado y con un incontrolable amor por el éxito y el dinero, descubre que puede cubrirse de oro al vender acciones basura a pobres incautos con ansias de invertir. A partir de ese momento su destino queda sellado y el futuro se le viene encima como una avalancha incontrolable de dólares.

The Wolf of Wall Street, que está basada en la autobiografía de Belfort, se centra en las obsesiones y el devenir psicológico de éste y sus ayudantes más cercanos, elaborando un retrato brillante sobre el desarrollo gradual de la adicción al poder, en cuyo núcleo habita una necesidad patológica por experimentar emociones nuevas y cada vez más extremas, situación que convertirá a Belfort y a su mano derecha, interpretada por un hilarante Jonah Hill, en auténticos monstruos adictos a cualquier droga imaginable, obsesionados con el sexo, y dispuestos a pisotear la ley lo más posible con tal de conseguir más dinero del que podrían gastar en diez vidas.

Scorsese muestra su faceta de gran director de actores al ensamblar, para tres horas de épica puesta en escena donde no hay un sólo minuto de respiro, a un gigantesco elenco indiscutiblemente liderado por Leonardo DiCaprio y Jonah Hill, dentro del que se yerguen actuaciones de primerísimo nivel por parte de personalidades como Jean Dujardin, Rob Reiner, Margot Robbie o Kyle Chandler, incluyendo por supuesto a la desternillante interpretación de Matthew McConaughey como el excéntrico primer jefe de Belfort.

Sí, el filme de Scorsese no sólo es machista sino incluso misógino, reflejándose ese odio a las mujeres en algunas escenas que, ocultas tras un velo de comedia, muestran actos de sumisión y vejación superlativos (véase la secuencia de la mujer rapada). Sí, la cinta de Scorsese es hasta cierto punto, gracias a su tono satírico, una apología de incontables delitos a los que se les desprende de su gravedad en pos de un divertidísimo espectáculo casi excento de consecuencias morales. Sí, el filme de Scorsese es tal vez el viaje más amoral que haya dado el cine comercial hollywoodense en los catorce años que van del siglo XXI. Sin embargo, lo que debería cuestionar el público no es la validez moral de Scorsese al filmar algo como The Wolf of Wall Street, sino ¿qué tan alejado está ese relato de lo que día a día se vive en las altas esferas sociales del mundo occidental? Probablemente no tanto como a primera vista se podría pensar.

Ya sea crónica o fantasía, The Wolf of Wall Street es una de las experiencias más gratificantes, divertidas, audaces, arriesgadas y dinámicas que ha visto el cine comercial en mucho tiempo. Scorsese da una lección magistral de cómo armar cadenas interminables de secuencias memorables, aderezadas con su siempre exquisito gusto musical, y filmadas por la virtuosa lente del mexicano Rodrigo Prieto, que de la mano del director norteamericano ensambla bellísimas secuencias de hiperestilizada decadencia, que no sólo desarman los cánones morales del espectador, sino que lo enamoran.

Es tal vez ese enamoramiento la génesis del inevitable escándalo en el que se ha visto envuelto el filme de Scorsese, una experiencia que sugestiona de forma inconsciente al público y lo hace disfrutar con actos que en cualquier otro contexto serían moralmente aberrantes. Dicha manipulación no es casualidad, sino el trabajo de un director genial que nos había abandonado con obras menores durante casi diez años, pero que finalmente ha vuelto a casa, triunfante, para que lo recibamos con los brazos abiertos y una gran sonrisa perversa.

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