The Twilight Saga: Breaking Dawn – Part 2 (2012)

Entro a la famosa IMDB para obtener información técnica relacionada con la conclusión fílmica de una de las sagas literarias más exitosas de todos los tiempos, y encuentro una escueta crítica que admite, con evidente vergüenza, haber disfrutado el filme “más de lo que debería”. El concepto detrás de la tímida aseveración es francamente aterrador, ya que expone en toda su magnificencia el grotesco poder de las ataduras psíquicas que la sociedad le impone al espectador, ya sea frente a una película o ante cualquier otro producto intelectual, indicándole aún antes de haberlo experimentado si éste debe gustarle o no.

La saga de Twilight constituye el ejemplo perfecto de esa castración mediática de identidad que actualmente sufre la sociedad occidental, surgida de la masificación de las opiniones radicales e irreflexivas que se propician por el pobre uso que en nuestros tiempos se hace de los medios masivos de comunicación, y que se ha incrementado durante los últimos diez años a un ritmo alarmante.

Lejos de ser catalizadores de nuevas ideas o de generar juicios con cierto raciocinio, una gran mayoría de la población decide simplemente adherirse a los juicios de valor emitidos por aquellos personajes públicos que representan todo a lo que ellos aspiran, de forma que la mesura termina por difuminarse en una lucha bipolar que enfrenta a la visión del arquetipo ridículamente hipermasculinizado, contra la del adolescente hiperfeminizado. Una lucha sin mesura que ve en Internet su principal campo de batalla.

Es este fenómeno el generador de que las opiniones acerca de la saga Twilight sean únicamente en blanco y negro, sin preocuparse por analizar a fondo una serie de películas que, nos guste o no, han tenido un potente impacto en la sociedad de la que somos parte.

El último libro de la serie sobre el romance adolescente entre un escultural vampiro y una no tan escultural mortal, cuya adaptación fílmica fue dividida en 2 partes por evidentes razones monetarias, llega a su conclusión de la mano del director Bill Condon, quien traduce a imágenes esta historia que refleja, a las mil maravillas, los anhelos más profundos de una gran facción de la sociedad clasemediera norteamericana.

Una vez más encontramos a Robert Pattinson, actor que irónicamente le debe a esta serie la oportunidad de haber hecho recientemente una mancuerna con el mismísimo David Cronenberg, y a Kirsten Stewart, una de las mujeres más desabridas de la escena hollywoodense, quienes se embarcan en la aventura que involucra proteger a su recién parido bebe humano/vampiro de las garras de los Volturi, un clan de colmilludos italianos que gobierna el mundo de los chupasangre y que ven en la pequeña bebé, cuya “inigualable belleza” se retrata mediante una serie de perturbadores efectos especiales faciales, una amenaza para la supervivencia de la raza vampírica.

Es por lo anterior que Edward y Bella deberán recurrir a un grupo de vampiros disidentes para que los ayuden a proteger a la pequeña niña que, por si fuera poco, se desarrolla a pasos agigantados y tiene, como todos los vampiros de la saga, una serie de poderes fantásticos que seguro serán explorados mucho más a fondo cuando Stephenie Meyer, autora de la serie de novelas, decida escribir unos cuantos libros más para ampliar la historia que queda por demás bastante abierta.

Penosamente incapaz de alejarse de ese aspecto técnico de telefilme, omnipresente durante las cuatro películas, Breaking Dawn Pt. 2 es sin embargo la cinta más dinámica y menos “romántica” de toda la saga, proporcionándole al espectador dos horas de entretenimiento básico y conciso, plagado de inconsistencias argumentales que ignoro si son culpa del guión adaptado o del libro en sí, pero lejos de los calificativos vejatorios a los que se ha sometido la película casi de forma ritualística a lo largo y ancho de Internet.

En términos generales, la saga Twilight es un extraordinario producto de marketing que explota los valores románticos más básicos de la cultura occidental, proporcionando una brillante descarga emocional para un sector social adolescente, y publicitándose gratuitamente con el supuesto “desprestigio” que se manifiesta a través del odio incontenible del público “hipermasculinizado”. En definitiva, un producto redondo que se alimenta del odio y lo transforma en melcocha, cualidad que desde mi punto de vista es absolutamente genial.

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