Se dice que el cine puro –término acuñado por el movimiento fílmico francés cinéma pur en la década de los treinta– es aquel que reduce su narrativa a los elementos básicos del cine: imagen y movimiento. La idea detrás de dicho concepto era transmitir emociones sin la necesidad de un guion preestablecido, valiéndose meramente de una sucesión de imágenes con la suficiente fuerza para hablar por sí mismas al espectador.
A final de cuentas, lo que Nanook of the North, de Robert Flaherty, o el Ballet Mécanique, de Fernand Leger –ambas típicas exponentes del cinéma pur– pretendían lograr, era acercarse a lo que fotógrafos como Sebastião Salgado han hecho durante más de un siglo: transmitir una emoción, un contexto y una historia, condensadas en un sólo instante fotográfico.
Cuando uno se planta frente a alguna de las imágenes que Salgado tomó en la mina de oro de Serra Pelada en Brazil, las explicaciones conceptuales salen sobrando. Cualquier ser humano puede ver ahí, oculta en ese océano de brazos, piernas y cabezas, la tenaz lucha del hombre por la supervivencia; la codicia adoptada como motor de la existencia; el violento encuentro entre hombre y naturaleza; y el abrumador e incontenible pulso de la vida.
El director alemán Wim Wenders –enamorado de la carrera y vida de Salgado– ensambla un documental que se adentra en los devenires del proceso creativo de uno de los fotógrafos más populares del momento: un hombre siempre polémico y muchas veces tildado de “efectista”, cuyas fotografías portan una innegable potencia que se ancla en la visceralidad más primaria del espectador.
Wenders opta por un formato documental de factura bastante simple –virtuosamente ejecutado– en el que los trabajos de Salgado se suceden en pantalla mientras éste relata la significancia de algunas fotografías clave en su carrera, así como sus encuentros más gozosos y desoladores con las diferentes facetas de la humanidad.
El relato comandado por Wenders se mezcla de forma conmovedora con retazos visuales de un viaje que Salgado emprendió junto a su hijo Juliano –codirector honorario del filme junto a Wenders– de donde parte el delicado leitmotiv del renacimiento de la tierra, de la humanidad y de Salgado como fotógrafo, que se expone a lo largo de todo el metraje.
The Salt of the Earth es un espectáculo visual eminentemente abrumador; un filme que debe verse en la pantalla más grande que se pueda encontrar para –dejando escapar cualquier atisbo de lo que nos rodea en la sala de cine– permitir que la mente se funda en la imagen y en aquellos simbolismos que codifican todo lo que significa la palabra humanidad.